domingo, 10 de febrero de 2013

Tandil (día 4)

By Sole

Septiembre 2011

El cuarto día en Tandil amaneció lindo, por lo que luego de un rápido desayuno, nos fuimos para la Reserva Natural Sierra del Tigre. Caminamos derecho por la calle Suiza, aproximadamente 1 km, hacia el lado contrario al que habíamos caminado para ir a ver la cascada días atrás. Camino bastante solitario en el que solo nos cruzamos con una liebre que pasó de un lado al otro de la calle.
Al final de la calle nos topamos con la Reserva. En la entrada estaba el cartel que indicaba que los días de lluvia y los miércoles permanecía cerrada. Tal vez por la temprana hora y/o no encontrarnos en época de vacaciones el lugar estaba prácticamente desierto. Pagamos la entrada de $14 cada uno y emprendimos la caminata por un sendero de ripio, el mismo de circulación vehicular. A pocos metros nos topamos con las ruinas de piedra de una vieja construcción, y a la distancia ya aparecieron los primeros animales. El primero en darnos la bienvenida fue un burro que estaba parado a la izquierda del camino. Tengo que reconocer que la cercanía con el animal me puso un poco ansiosa. No soy muy amiga de los animales y menos cuando están sueltos y a pocos metros. Pasamos al lado del burro, ignorándonos mutuamente. Ya me había advertido el administrador de las cabañas que la reserva estaba llena de burros y que algunos estaban tan acostumbrados al contacto con humanos que se acercaban en busca de comida.
Ascendimos un poco y llegamos al primer estacionamiento con su mirador correspondiente (a lo largo del camino había estacionamientos numerados del 1 al 7 para que la gente que iba en auto, aparcase y diera una vuelta por el lugar). Desde ahí se veía el Cerro Animas y La Blanca, la calle Don Bosco y distintos campos cercanos con plantaciones. Tomamos algunas fotos y continuamos caminando. A estas alturas el sol brillaba en el cielo, subiendo la temperatura del lugar.
Seguimos ascendiendo hasta llegar al Cerro Venado (389 metros), desde donde vimos más burros, caballos, pájaros amistosos y hasta un zorrito.
Continuamos caminando, parando, caminando y hasta nos metimos en un desvío peatonal de la senda (Sendero de los Picapedreros) que nos trasportó a una cantera abandonada. Cuántas cosas se pierde el sedentario que hace todo el recorrido sentado cómodamente en su auto -o zarandeándose como en una licuadora por las irregularidades del camino-.
A los pocos metros comenzamos a descender, llegando al punto desde el cual habíamos partido.



En la entrada de la reserva estaba el serpentario con un par de ejemplares de la especie del lugar: la yarará de la cruz (Bothrops alternatus). Este es un ofidio venenoso que habita en el sur de la provincia de Buenos Aires. Ya habíamos leído al respecto antes de viajar, y que hacer en caso de mordedura, además de rezar! Incluso Seba antes de viajar me había dicho "¿Por qué no me conseguís suero anti-ofídico?", como si me estuviese pidiendo una aspirina. Afortunadamente ninguna se interpuso en nuestro camino, y si lo hizo no nos dimos cuenta.
Además de las serpientes, había un sector, delimitado por rejas donde se encontraban 2 ejemplares de puma, que impresionaban ser pequeños. No sé porque los tenían metidos en una pequeña jaula, teniendo un sector bastante amplio y parecido a su hábitat natural que estaba destinado a ellos...
Para el otro lado, había algunas jaulas con animales varios que me pareció como un mini zoo: faisanes, un gato montés, gansos, carpinchos, ñandúes, gallinas de guinea y hasta una lechuza! Tal vez en algún lado estaba la explicación de porque esos animales estaban ahí encerrados, pero es chocante ver eso justo en una "reserva natural".

Ya, siendo el mediodía emprendimos el regreso a pie, por la misma ruta por la que habíamos ido. Volvimos a almorzar a nuestra casita.
Luego de comer, mientras Sebas merodeaba por el jardín del complejo en el que estábamos divisó una lechuza parada en el cerco, igual a la que habíamos visto enjaulada a la mañana, la única diferencia era que esta estaba en libertad!



A la tarde, tras un descanso y por recomendación del administrador del lugar fuimos al Valle del picapedrero, un terreno privado donde algunas personas pago de por medio van a practicar escalada. Esta vez salimos en auto porque estaba a varios kilómetros, haciendo parte del recorrido que habíamos hecho el día anterior para llegar al Cerro Centinela.
En la entrada del predio nos comunicamos telefónicamente con el número de la dueña que estaba anotado en la tranquera del lugar; para entrar en forma particular hay que pedir autorización a ella. Tras un interrogatorio de que íbamos a hacer, cuantos éramos y si teníamos niños o no, nos permitió (siempre vía telefónica) el ingreso, con la condición de que no nos apartásemos del sendero principal. Tuvimos que trepar y traspasar las dos tranqueras que estaban cerradas. No bien las pasamos nos encontramos con un grupo de niños que estaban de excursión en el lugar. Como habíamos pactado tomamos el camino principal, el cual va bordeando un cerro, en el que hay varios miradores: oeste, sur y este. A lo lejos vimos un grupo de chicos con algunos adultos que estaban escalando. El caminito fue corto, no creo que nos haya llevado más de media hora, incluidas un par de paradas para tomar fotos.

Como aún era temprano y teníamos el termo con agua caliente, nos fuimos al Lago del Fuerte a tomar mate. En uno de los costados del lago, hay una gran playa de estacionamiento y traspasándola, un espacio con bancos que miran al lago. En uno de estos nos sentamos y permanecimos un buen rato tomando mate y mirando todo lo que nos rodeaba: los deportistas que pasaban corriendo, las señoras que caminaban alrededor del lago, los que remaban en los kayaks, y hasta un grupo de gansos agresivos, que patoteramente pedían comida a la gente que estaba sentada en la orilla. Era una tarde soleada con una agradable temperatura, salvo por los momentos en que soplaba el viento.


Al día siguiente nos levantamos temprano para seguir nuestro camino hacia Villa Ventana...

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