domingo, 6 de abril de 2014

Bienvenidos a la verdadera India!!!

By Sole

Luego de una apacible mañana en Lodi Garden y Humayun´s Tomb, sólo nos quedaba cruzar la avenida para llegar a nuestro próximo y enigmático destino, casi ausente de las guías de turismo: Nizamuddin. Este antiguo barrio musulmán alberga el mausoleo de un sufí santo llamado Nizamuddin Auliya que vivió entre los años 1238 y 1325. Siguiendo las instrucciones de nuestra amiga Coca, bajamos en la puerta de la comisaría, giramos a la izquierda, caminamos unos metros y nos encontramos con la callejuela de ingreso. Paso a describirla para que se den una idea…

De un lado había una seguidilla de mendigos con niños, mezclados con puestos de venta de chucherías dignas de la zona de las estaciones de Once o Retiro, o sea nada que no hubiésemos visto en Buenos Aires (tal vez acá estaba un poquito más concentrado). Del otro lado, la calle de piso de tierra con mucha mugre y basura por la que circulaban peatones, ciclistas, motos, carros y algún que otro animal. Unos metros más adelante nos encontramos con jaulas con gallinas o pollos que apaciblemente esperaban la muerte, un hombre que alimentaba a sus cabras, algunos vendedores con sus sacos de vegetales, junto a un gran recipiente de basura que coronaba la calle.

El hombre alimentando su cabra, el peluquero cortando el pelo...

Caminamos unos metros más y fueron apareciendo pequeños puestos que vendían telas, pashminas, mantas, adornos; la luz natural fue desapareciendo, muchos toldos y telas hacían las veces de techo. Ahí fue cuando Seba me miró y me preguntó “Qué hacemos? Seguimos o damos la vuelta?”. Estos fueron segundos decisivos de reflexión, y la respuesta marcó un punto de inflexión en el viaje por India: el “sigamos” nos abrió la puerta a los lugares que uno no puede dejar de ver y experiencias que no puede dejar de vivir en ese país.

Seguimos caminando por la calle “techada”, bordeada por locales con hombres que estaban sentados con las piernas cruzadas a lo indio –aunque suene redundante– que nos iban gritando algo parecido a “shoes, shoes” y nos señalaban los pies, con la intención de que nos quitáramos los zapatos y los dejáramos a su cuidado. Recuerden que estábamos por visitar un mausoleo musulmán por donde hay que ir descalzo y con la cabeza tapada. Al estar avisados de eso, ya teníamos preparado un par de medias para caminar en la mugre y  yo tenía además una pashmina para cubrirme. Así que hicimos oídos sordos de los gritos hasta que llegamos al punto en el que el piso de tierra se convertía en mármol; ahí nos descalzamos, nos tapamos, e ingresamos a la zona sagrada.



Entrar ahí fue un flash! Súbitamente desaparecieron todos los toldos y se hizo la luz, al tiempo que un intenso olor a incienso invadió nuestras narices. Fue dar un paso y entrar en otra dimensión. De repente todo era de mármol blanco! Grandes cantidades de sahumerios encendidos y collares de flores eran ofrendados. Había gente parada o arrodillada rezando, nenes con sus mejores atuendos con ojos delineados, hombres sentados escribiendo, un trío tocando música y varios que se lavaban los pies en el “lava-pies público”. Era un ambiente extraño!



Por el hecho de ser hombre, Seba podía ingresar al mausoleo de mármol blanco y coloridas pinturas alrededor del cual se desarrollaba toda esta actividad, pero prefirió quedarse conmigo en el exterior. Tímidamente sacamos la cámara y tomamos un par de fotos al ver que algunas personas vestidas con ropa del lugar lo hacían pese al cartel que informaba que las fotos debían ser tomadas con autorización.



Ya un poco más cancheros y cómodos con el lugar, hicimos el camino inverso  y buscamos un restaurante llamado “Karim’s”, también recomendación de Coca. Lo encontramos en una angosta callecita lateral, pero… era lunes y estaba cerrado! Tendríamos que buscar otro lugar para hacer nuestra primera comida en un lugar público en Delhi!

Llamamos a Rajesh para que nos pase a buscar y fuimos rumbo al mercado de Pahar Ganj. Queríamos ir a Main Bazar, la calle principal, pero por un problema de entendimiento de nuestro chofer con los mapas y algunas direcciones terminamos bajando del auto a un par de cuadras.

Confiando en el sentido de orientación de Seba comenzamos caminar por una calle que no se si era de tierra o de pavimento cubierto de tierra, donde no se distinguía la acera de la calzada, rodeada de un lado por pequeños negocios. Mientras íbamos caminando un hombre conduciendo un ciclo-rickshaw (un carrito tirado por una bicicleta) comenzó a seguirnos ofreciéndose a llevarnos a Connaught Place y otros lugares. Le dijimos de mil maneras distintas que queríamos caminar, que no queríamos subir a su rickshaw, que no queríamos ir a donde nos estaba ofreciendo llevarnos, hasta que finalmente, luego de unos 200 metros de venta infructuosa, se cansó y siguió su rumbo. Giramos en algo que parecía una avenida, y seguimos caminando de la mano de los negocios, muchos de los cuales eran puestos callejeros de distinta alimentos fritos que aún hoy no sé que eran, hasta divisar Main Bazar, donde giramos. Las guías turísticas venden el lugar como “la calle de los mochileros”, pero no vimos ni uno! De hecho, no sólo que no los vimos, sino que nos topamos con muy pocos turistas.

Esta calle se extendía por varias cuadras, desembocando en la estación de metro Ramakrishna Ashram Marg (sencillo el nombre..). En Main Bazar convivían autos, motos, bicicletas, tuk tuks, carros tirados por vacas, peatones, perros callejeros y alguna que otra vaca, en un contexto de ruidos, bocinazos y polvo, todo con cierto encanto. A los costados se encontraban cientos de negocios que vendían pashminas, ropa, zapatos, bolsos, colchas, fundas de almohadones, estatuillas religiosas, artesanías en general, té, especias; lógicamente no faltaban los carritos de comida callejera y vendedores sentados en el piso junto a sus balanzas y vegetales. A medida que pasábamos por la puerta de los negocios, los vendedores nos saludaban en diferentes idiomas (hasta recibimos un “Shalom shalom”) y nos ofrecían sus productos, otros intentaban sacarnos conversación para llevarnos a sus agencias de turismo. Habíamos leído un montón sobre estos últimos, así que estábamos advertidos de sus trucos. En general seguíamos caminando sin prestarles demasiada atención, o le contestábamos en castellano para desconcertarlos y frenar la conversación por la barrera idiomática. Igual tienen el oído super entrenado y algunos enseguida respondían “España?” y resultaba que justo tenía un hermano que estaba estudiando español, al que no pensábamos ir a visitar para practicar el idioma. Nos pareció hasta gracioso escucharlo porque habíamos leído varias historias de timos con ese comienzo en otros blogs.

El auténtico Pahar Ganj

El lugar era realmente un caos, pero a pesar de eso caminamos con mucha tranquilidad y seguridad, no teníamos nada de miedo. El mayor riesgo que teníamos era que nos atropellara un tuk tuk o una vaca, y no que viniera alguien a robarnos, a pesar de la pobreza reinante en el lugar. Serán pobres, algunos timadores, pero no carteristas; tienen códigos a diferencia de los ladrones a los que estamos acostumbrados en Argentina.

Como ya era el mediodía buscamos un lugar para comer, no teníamos ninguna referencia así que entramos en el que menos desconfianza nos generó. La palabra restaurante le quedaba grande al pequeño local de comidas llamado “Appetite”, que ni siquiera tenía terminada la instalación eléctrica...  Casi todas las mesas que había estaban ocupadas por turistas de diferentes nacionalidades, la mayoría tomando té y unos pocos comiendo. Al lado nuestro teníamos sentados dos orientales, uno escribiendo y otro durmiendo, cosa que no le gustó mucho al mozo del lugar viendo que con nosotros el local estaba lleno. Luego de despertarlo mediante un “You sleepy man” le dio dos opciones: que subiera a dormir al primer piso o que consumiera algo más: al ratito se fueron hacia la calle.

Luego de analizar el menú hicimos nuestro pedido y sacamos los elementos de la operación “limpieza”: alcohol en gel para las manos, toallitas antibacterianas para limpiar cubiertos y platos, y sorbetes para las bebidas. Yo recurrí a los siempre salvadores noodles salteados, mientras que Seba pidió un curry de pollo. Cuando llegaron los platos aparecieron los pensamientos paranóicos: que tan cocidos estaban el repollo, zanahoria y unos trocitos de tomates que formaban parte del salteado… “mmm, los como o los voy separando en un costado del plato?”. Era difícil separar todo, así que comí un poco y otro poco lo dejé de lado. A Seba no le fue mucho mejor, el curry teóricamente “mild spicy” era imposible de comer sin que se le adormeciera la lengua y le brotara una catarata de agua de la cabeza. Ya he mencionado este pequeño detalle en otras entradas, cuando Seba come cítricos y picantes tiene una reacción extraña que hace que le transpire la cabeza. Comió un poco de su plato, algo del mío y se llenó con la Coca light que habíamos pedido. Pagamos las 290 Rp y salimos del lugar esquivando un perro callejero y un mendigo que tenía las piernas trenzadas de una forma muy extraña que me recordó a un pretzel.

Sin la intención de comprar algo en especial, sino más bien mirar y ver si había algo que nos interesara, empezamos a buscar un par de locales sugeridos, que fueron difíciles de reconocer por la falta de  nombre y número en el frente. El único que encontramos fue el de las pashminas, donde pusimos en práctica por primera vez en nuestras vidas el viejo arte del regateo. Cuando se visitan este tipo de mercados, es fundamental, sino uno termina pagando las cosas mucho más de lo que realmente valen. Básicamente consiste en elegir un producto, preguntar el precio, contestar que es muy caro, y continuar con un tire y afloje con el vendedor hasta llegar a convenir un precio que muchas veces varía de la cantidad de unidades a comprar, del tiempo que uno disponga y si es el comienzo o el final del día; es difícil que dejen ir al primer comprador con las manos vacías aunque eso represente ceder mucho en el precio, ya que augura un buen día de ventas.

Terminamos comprando tres pashminas, pagando casi la mitad del precio inicial; un buen comienzo para un par de inexpertos! También compramos unas malas, rosarios hindúes que nos habían encargado, para luego fracasar en la compra de fundas de almohadones (una vendedora inflexible)!.

Luego de varios llamados con el destartalado pero efectivo celular indio que nos acompañó todo el viaje,  nos reencontramos con Rajesh y fuimos hacia otro mercado: Dilli Haat. Pagamos la entrada (unas pocas rupias) e ingresamos. Tras haber caminado por Pahar Ganj, este lugar carecía de encanto: los precios eran más altos y estaba todo prolijamente preparado para turistas de un tour. Si bien había que regatear, le faltaba todo el caos que me resulta inseparable del concepto de India. Estaban prácticamente todos los productos que habíamos visto previamente, pero más ordenados. A pesar de eso compramos un par de chucherías y seguimos viaje; fue una visita bastante expedita.

El turístico Dilli Hat
Para terminar el tour de compras del día visitamos el shopping “Ambience”. Se podría decir que fuimos haciendo una rápida escalada de niveles, desde lo popular a lo exclusivo. No tenía nada que envidiarle a un shopping del primer mundo en cuanto a lujos, locales –desde Zara hasta Lacoste– y precios. La única diferencia la hacían los negocios que vendían kurtas (las clásicas camisolas indias, amplias que llegan hasta los muslos) y saris. Compramos unas especias que venían envasadas y una novela que transcurría en Delhi.

Cansados de hacer compras, no porque hayamos comprado mucho, sino todo el tiempo y esfuerzo que nos había llevado el constante regateo, regresamos al departamento, donde cenamos pizza y helado con Coca y Fer. Una tarde agotadora!!! Nos habíamos metido de cabeza en la verdadera India…

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