jueves, 10 de abril de 2014

Hablando de maravillas del mundo

By Seba

El Mundo Antiguo tenía a las famosas siete maravillas del mundo, de las cuales sólo sobreviven las pirámides de Egipto. El resto tal vez hayan existido, o quizás hayan sido productos de la imaginación y el mito. Recientemente se volvieron a elegir a las maravillas del mundo, pero utilizando criterios diversos y poco claros, mezclando obras del hombre con maravillas de la naturaleza, como las Cataratas del Iguazú.

He tenido la fortuna de ver magnificas construcciones hechas por el hombre: algunas modernas, otras antiguas, todas fascinantes. También pude disfrutar de perfectos escenarios naturales (pero después de conocer El Chaltén dejé de buscar, ya había encontrado el mejor)

Algunas obras arquitectónicas están tan presentes en fotos y películas de manera tal que ofrecen poca sorpresa, o incluso algo de decepción cuando se está parado frente a ellas.
Chichen Itzá en México me pareció un lugar con una energía especial, aunque las tareas de remodelación dejaron a la pirámide de Cuculcán demasiado “O kilómetro” para mi gusto.

El Big Ben asomando entre la bruma londinense es icónico e impactante, un imperdible.
La Tour Eiffel es imponente desde lejos y sorprende por su altura, aunque desde cerca se entiende la controversia que aún genera (no dejan de ser hierros remachados…)

Con la Sagrada Familia de Barcelona es diferente: es famosa por la altura de sus torres, pero el genio de Gaudí está plasmado en los detalles.

El Coliseo sorprende por su estado de conservación, y cómo otras obras del Imperio Romano (cómo el acueducto de Segovia), nos genera admiración la visión y la habilidad de sus constructores, teniendo en cuenta el desarrollo tecnológico de hace veinte siglos.

El Cristo Redentor de Rio o la estatua de la Libertad de Nueva York no generaron emociones fuertes en mí: me gustó verlos y fotografiarlos, y si bien son estéticamente irreprochables, no les encontré un significado movilizante.

En mi lista imaginaria de lugares para ver en esta vida tengo pendientes varios: Machu Picchu, las pirámides de Egipto, la Acropolis griega, El Kremlin, Santa Sofia en Estambul, la Ópera de Sidney, la muralla china, isla de Pascua…

Por suerte en 2014 pude tachar a uno de la lista: El Taj Mahal.

Intentando transitar por las caóticas calles de Agra, esquivando vehículos, personas y animales, llegamos a las márgenes del río Yamuna, a los pies del Red Fort. Mi inocultable simpatía por los mapas y las guías de turismo me hicieron recordar al instante que desde ese edificio se podía ver el mausoleo de Mumtaz Mahal; así que haciendo caso omiso al guía que chapoteaba en el agua tratando de describir el fuerte en español, giré la vista a la izquierda y se me cayó la mandíbula. Sólo atiné a tocar el brazo de Sole para que mirase eso que me había dejado atónito.

Si la vista desde el Red Fort  -a unos 2 kilómetros en línea recta- es sobrecogedora, la sensación de mirarlo de cerca ya sea desde las orillas del rio como desde adentro del complejo es increíble.

¿Qué hace que un edificio sea considerado casi por unanimidad como el más bello del mundo? ¿Será la perfección de sus líneas simétricas? ¿Será el brillo del impoluto mármol blanco contrastando con el cielo? ¿Serán las formas armónicas de sus cúpulas y minaretes? ¿Serán sus detalles en piedras preciosas que brillan con el sol? ¿O será el halo de misterio que la India le imprime a todo, haciendo que lo habitual se convierta en mítico?

Es difícil continuar el viaje después de ver el Taj Mahal, porque se tiene la certeza que lo mejor ya pasó, que nada de lo que venga podrá superarlo. Al caminar hacia la salida se empieza a sentir esa melancolía y nostalgia, que lleva a mirar hacia atrás una y otra vez, sacando siempre una foto más, buscando “la mirada del adiós”.




Se puede recorrer el lugar en 30 minutos, nosotros estuvimos poco menos de una hora y media, pero creanmé que en el caso que una persona decida ir a visitar el Taj Mahal todos los días de su vida, desde hoy hasta su muerte, ninguno de esos días sería en vano.

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