sábado, 15 de agosto de 2015

Dejamos atrás Etosha y nos vamos a Swakopmund!

By Sole

Jueves 16 de octubre

Acomodamos lo poco que habíamos sacado de la valija el día anterior y a las 5:55 estábamos en el punto de encuentro en el patio de la tent del guía y choferes. No había sido una noche de descanso para la mayoría entre los ruidos, los baños externos y las pesadillas... Improvisamos un muy necesario desayuno mientras amanecía; fue un bello sunrise. 

Otro bello amanecer africano

Subimos al truck que ya había sido reparado por Moses, quien manejó los primeros kilómetros para chequear que todo estuviese bien. Esta primera parte, con dirección sur hacia Outjo, fue por una ruta pavimentada que no iba a durar mucho más. Confirmado el correcto funcionamiento del vehículo nos despedimos de nuestro chofer que debía regresar a Windhoek y continuamos viaje con Phillip al volante.

Luego giramos hacia el oeste y continuamos por una ruta de ripio que estaba mejor de lo que esperábamos. A los lados del camino nos llamaron la atención los carteles de advertencia con el dibujo de un elefante; lamentablemente no nos cruzamos con ninguno. En general era una carretera solitaria con pocos autos y con apenas un par de pueblos o asentamientos en los alrededores. La regla eran las grandes extensiones de territorio deshabitadas. Fue muy atinado el comentario que en referencia a esto hizo Abel, “para qué queremos tantas ciudades si apenas somos 2.000.000 de personas???”.

Cuidado! Elefante suelto!
En la zona de sabana –el paisaje predominante durante la primera parte del viaje- aún había asentamientos aislados de pueblos originarios, muchos de los cuales viven del turismo. Pasamos por un par de pequeños poblados con casetas bastante precarias con algunas cabritas, alguna que otra vaca flaca y algunos burros unidos a carros. Gente que aún conserva sus costumbres y parece ajena al paso del tiempo.

La primera parada fue en los puestitos improvisados al costado del camino de las mujeres herero. Este grupo étnico que se distribuye entre Botsuana, Angola y Namibia es fácilmente identificado por sus vestimentas. Como consecuencia de la influencia de los colonizadores alemanes las mujeres adoptaron como indumentaria habitual vestidos de estilo Victoriano. Ellas mismas diseñan y visten aún hoy largos vestidos coloridos, coronados con un gorro cuya forma rememora la cabeza de una vaca. Cuesta entender por qué adoptaron esta costumbre vinculada a gente que exterminó parte del pueblo, y a su vez tan inapropiada para las altas temperaturas del día.

Mujer herero con su típica vestimenta
Junto a los puestitos, donde se exponían almohadones y muñecas de tela con la clásica vestimenta herero, estaban sentadas algunas mujeres en pequeños banquitos junto a sus máquinas de coser Singer y retazos de telas. Cuando nos acercamos apenas nos dijeron “Hello” o “Good morning” dejándonos mirar tranquilamente los productos ofrecidos. Quedamos encantados con las muñequitas, así que sin dudarlo compramos una por 40 R. Me arrepiento de no haber comprado más!!!

Herramientas de trabajo

Los precarios puestos hereros

Tras un corto recorrido apareció a nuestra derecha la montaña Brandberg que con sus 2573 metros es la más alta de Namibia.



Minutos después hicimos la segunda parada, esta vez para almorzar. El lugar no fue elegido al azar; estaba junto a un árbol que daba sombra y a unos 10 metros de un grupo de vendedores de pulseras y collares artesanales. Rápidamente armamos el pic nic: banquetas y mesa plegable y hasta un recipiente con agua para lavarse las manos y otro para lavar vegetales. Entre todo cortamos los pepinos, tomates, abrimos las latas, y en minutos la pasta salad estuvo lista. Pobre Seba, con lo que odia la ensalada de fideos fríos…

Preparando el almuerzo

Almuerzo listo!

Todos los alimentos y frutas que sobraron fueron entregados a las mujeres con pequeños niños que estaban junto a las artesanías. Sin mostrarse sorprendidas dijeron gracias y recibieron las bolsas; sospecho que esto ya era una costumbre de esto tipos de tours. 

Entre todos acomodamos lo que habíamos utilizado y volvimos al camión; aún quedaban varias horas por delante, no había tiempo que perder! La próxima parada era en los puestos de la comunidad Himba. Este grupo étnico, ligado en sus orígenes a los hereros, es el único que conserva su estilo de vida original; podría decir que casi original porque cuando llegamos a sus puestos de venta una de las mujeres estaba tomando Coca Cola del pico de una botella.

Chozas himba

El contraste con el grupo anterior era enorme. Por un lado apenas vestían un taparrabos y el resto del cuerpo sólo estaba cubierto por una pasta amarronada que hacen a base de ocre, manteca e hierbas que aparentemente les serviría para perfumarse -según dicen nunca se bañan-  y protegerse de los mosquitos y el sol. El cabello era indescriptible, tenía unas pseudo-rastas recubiertas de algo con  aspecto de plastilina marrón, que podría ser lo mismo de la piel.

Himbas en sus puestos

Más allá del aspecto físico y la indumentaria, su actitud era completamente diferente. En lugar de la pasividad que habíamos experimentado con las mujeres que cosían, estas tenían una actitud más agresiva que francamente me resultó tan chocante que hizo que me apartara de sus puestos. Casi todo el grupo hizo lo mismo excepto dos compañeras que se acercaron y terminaron cada una con una pulsera de hilo y semillas en su brazo colocadas de manera casi compulsiva y pagando por ellas. Si bien las vendedoras pertenecían a la misma tribu se intentaban “robar” los clientes entre sí. Todo este grupo de mujeres estaban junto a un hombre y un par de niños que levantaban en brazos para dar lástima al tiempo que pedían insistentemente que les compraran sus pulseras. Con la mayor discreción posible les tomamos una foto; de haberse dado cuenta hubiésemos tenido que pagar por la misma ya que cobran por posar.

Todo esto que describo es la sensación que me provocaron; reconozco que tengo una actitud evasiva ante vendedores insistentes –cuánto más me presionas, menos compro-. Seguramente haya gente que se haya llevado otra impresión de la tribu...

De ahí seguimos hacia el pueblo fantasma de Uis. Originalmente fue un asentamiento de mineros que se mudaban a la zona para trabajar en la mina de estaño la cual cerró hace más de 20 años y aún se puede ver junto al pueblo como el recuerdo de un pasado floreciente. Actualmente los habitantes que quedaron se dedican al turismo: hay un par de campings y Guest Houses, un restaurante y una estación de servicio donde le cobran a los turistas por usar el baño (2R).

En este punto podría decir que estábamos en la transición de la sabana al desierto. La vegetación se fue haciendo más escasa quedando en algunos sectores un parcheado de pasto duro hasta desaparecer completamente y quedar sólo arena. Por varios kilómetros las monótonas extensiones de arena grisácea sólo fueron interrumpidas por las consecuencias del paso del hombre. Por un lado, cada tanto había algunos ranchos aislados; en general había una casilla solitaria (alejada de la ruta) asociada un puesto que exponía –y supongo que vendía- piedras (junto a la ruta); lo que no se veía era gente…

Con ustedes: el desierto!

Y lo que más nos llamó la atención fueron los “esqueletos” de dos autos completamente desmantelados –sólo quedaba la carrocería metálica- y los cientos de botellas de cerveza vacías que tapizaban los alrededores de la carretera.


En un momento me pareció ver agua al final del camino. Recordando los espejismos del desierto de los dibujos animales le dije a Seba “Puede ser que haya agua al final del camino?”. Estábamos llegando al mar!!! Lo que se veía al final de la ruta era el océano Atlántico, pero esta vez lo íbamos a conocer desde el otro lado del charco.

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