By Sole
Jueves
16 de octubre
Acomodamos
lo poco que habíamos sacado de la valija el día anterior y a las 5:55 estábamos
en el punto de encuentro en el patio de la tent del guía y choferes. No había sido una noche de descanso para la mayoría entre los ruidos, los baños externos y las pesadillas... Improvisamos un muy necesario desayuno mientras amanecía; fue un bello sunrise.
Otro bello amanecer africano |
Subimos
al truck que ya había sido reparado por Moses, quien manejó los primeros
kilómetros para chequear que todo estuviese bien. Esta primera parte, con
dirección sur hacia Outjo, fue por una ruta pavimentada que no iba a durar mucho
más. Confirmado el correcto funcionamiento del vehículo nos despedimos de
nuestro chofer que debía regresar a Windhoek y continuamos viaje con Phillip al
volante.
Luego
giramos hacia el oeste y continuamos por una ruta de ripio que estaba mejor de
lo que esperábamos. A los lados del camino nos llamaron la atención los carteles de advertencia con el
dibujo de un elefante; lamentablemente no nos cruzamos con ninguno. En general
era una carretera solitaria con pocos autos y con apenas un par de pueblos o
asentamientos en los alrededores. La regla eran las grandes extensiones de
territorio deshabitadas. Fue muy atinado el comentario que en referencia a esto
hizo Abel, “para qué queremos tantas ciudades si apenas somos 2.000.000 de
personas???”.
Cuidado! Elefante suelto! |
En la
zona de sabana –el paisaje predominante durante la primera parte del viaje- aún
había asentamientos aislados de pueblos originarios, muchos de los cuales viven
del turismo. Pasamos por un par de pequeños poblados con casetas bastante
precarias con algunas cabritas, alguna que otra vaca flaca y algunos burros unidos a carros. Gente que aún conserva sus costumbres y parece ajena al paso del
tiempo.
La
primera parada fue en los puestitos improvisados al costado del camino de las
mujeres herero. Este grupo étnico que se distribuye entre Botsuana, Angola y
Namibia es fácilmente identificado por sus vestimentas. Como consecuencia de la
influencia de los colonizadores alemanes las mujeres adoptaron como
indumentaria habitual vestidos de estilo Victoriano. Ellas mismas diseñan y
visten aún hoy largos vestidos coloridos, coronados con un gorro cuya forma
rememora la cabeza de una vaca. Cuesta entender por qué adoptaron
esta costumbre vinculada a gente que exterminó parte del pueblo, y a su vez tan
inapropiada para las altas temperaturas del día.
Mujer herero con su típica vestimenta |
Junto a
los puestitos, donde se exponían almohadones y muñecas de tela con la clásica
vestimenta herero, estaban sentadas algunas mujeres en pequeños banquitos junto
a sus máquinas de coser Singer y retazos de telas. Cuando nos acercamos apenas nos
dijeron “Hello” o “Good morning” dejándonos mirar tranquilamente los productos
ofrecidos. Quedamos encantados con las muñequitas, así que sin dudarlo
compramos una por 40 R. Me arrepiento de no haber comprado más!!!
Herramientas de trabajo |
Los precarios puestos hereros |
Tras un
corto recorrido apareció a nuestra derecha la montaña Brandberg que con sus
2573 metros es la más alta de Namibia.
Minutos después hicimos la segunda
parada, esta vez para almorzar. El lugar no fue elegido al azar; estaba junto a
un árbol que daba sombra y a unos 10 metros de un grupo de vendedores de pulseras
y collares artesanales. Rápidamente armamos el pic nic: banquetas y mesa
plegable y hasta un recipiente con agua para lavarse las manos y otro para
lavar vegetales. Entre todo cortamos los pepinos, tomates, abrimos las latas, y
en minutos la pasta salad estuvo lista. Pobre Seba, con lo que odia la ensalada
de fideos fríos…
Preparando el almuerzo |
Almuerzo listo! |
Todos
los alimentos y frutas que sobraron fueron entregados a las mujeres con
pequeños niños que estaban junto a las artesanías. Sin mostrarse sorprendidas
dijeron gracias y recibieron las bolsas; sospecho que esto ya era una costumbre
de esto tipos de tours.
Entre
todos acomodamos lo que habíamos utilizado y volvimos al camión; aún quedaban
varias horas por delante, no había tiempo que perder! La próxima parada era en
los puestos de la comunidad Himba. Este grupo étnico, ligado en sus orígenes a
los hereros, es el único que conserva su estilo de vida original; podría decir
que casi original porque cuando llegamos a sus puestos de venta una de las
mujeres estaba tomando Coca Cola del pico de una botella.
Chozas himba |
El
contraste con el grupo anterior era enorme. Por un lado apenas vestían un
taparrabos y el resto del cuerpo sólo estaba cubierto por una pasta amarronada
que hacen a base de ocre, manteca e hierbas que aparentemente les serviría para
perfumarse -según dicen nunca se bañan-
y protegerse de los mosquitos y el sol. El cabello era indescriptible,
tenía unas pseudo-rastas recubiertas de algo con aspecto de plastilina marrón, que podría ser
lo mismo de la piel.
Himbas en sus puestos |
Más allá del aspecto físico y la indumentaria, su actitud era completamente diferente. En lugar de la pasividad que
habíamos experimentado con las mujeres que cosían, estas tenían una actitud más
agresiva que francamente me resultó tan chocante que hizo que me apartara de
sus puestos. Casi todo el grupo hizo lo mismo excepto dos compañeras que se
acercaron y terminaron cada una con una pulsera de hilo y semillas en su brazo colocadas de manera casi compulsiva y
pagando por ellas. Si bien las vendedoras pertenecían a la misma tribu se intentaban
“robar” los clientes entre sí. Todo este grupo de mujeres estaban junto a un
hombre y un par de niños que levantaban en brazos para dar lástima al tiempo
que pedían insistentemente que les compraran sus pulseras. Con la mayor
discreción posible les tomamos una foto; de haberse dado cuenta hubiésemos
tenido que pagar por la misma ya que cobran por posar.
Todo
esto que describo es la sensación que me provocaron; reconozco que tengo una
actitud evasiva ante vendedores insistentes –cuánto más me presionas, menos
compro-. Seguramente haya gente que se haya llevado otra impresión de la tribu...
De ahí
seguimos hacia el pueblo fantasma de Uis. Originalmente fue un asentamiento de
mineros que se mudaban a la zona para trabajar en la mina de estaño la cual
cerró hace más de 20 años y aún se puede ver junto al pueblo como el recuerdo
de un pasado floreciente. Actualmente los habitantes que quedaron se dedican al
turismo: hay un par de campings y Guest Houses, un restaurante y una estación
de servicio donde le cobran a los turistas por usar el baño (2R).
En este
punto podría decir que estábamos en la transición de la sabana al desierto. La
vegetación se fue haciendo más escasa quedando en algunos sectores un parcheado
de pasto duro hasta desaparecer completamente y quedar sólo arena. Por varios
kilómetros las monótonas extensiones de arena grisácea sólo fueron
interrumpidas por las consecuencias del paso del hombre. Por un lado, cada
tanto había algunos ranchos aislados; en general había una casilla solitaria
(alejada de la ruta) asociada un puesto que exponía –y supongo que vendía-
piedras (junto a la ruta); lo que no se veía era gente…
Con ustedes: el desierto! |
Y lo
que más nos llamó la atención fueron los “esqueletos” de dos autos
completamente desmantelados –sólo quedaba la carrocería metálica- y los cientos
de botellas de cerveza vacías que tapizaban los alrededores de la carretera.
En un
momento me pareció ver agua al final del camino. Recordando los espejismos del
desierto de los dibujos animales le dije a Seba “Puede ser que haya agua al
final del camino?”. Estábamos llegando al mar!!! Lo que se veía al final de la
ruta era el océano Atlántico, pero esta vez lo íbamos a conocer desde el otro
lado del charco.
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