jueves, 31 de enero de 2013

El Bolsón - Cajón del Azul

By Sole

Enero 2011


Nos levantamos a las 8, con el sol que entraba por la ventana.
A las 8:45 ya estábamos desayunando, con todo preparado para salir. Ese día teníamos planeado ir al Cajón del Río Azul. Siii!!! El mismo río de todos los días anteriores.
Estaba la posibilidad de ir en colectivo, pero los horarios no nos resultaron muy convenientes, así que a las 9:15 tomamos un remis hacia “Wharton”.
Durante el desayuno ya habíamos visto que el cielo se iba cubriendo de nubes que venían del oeste. Ya en Wharton el cielo estaba totalmente cubierto y había bastante viento. No nos quedaba mucho tiempo en El Bolsón, así que no podíamos desaprovechar el día.
A las 9:45 empezamos a bajar hacia el río Azul por un camino de ripio para 4x4. A pocos metros de comenzar la caminata tuvimos que esquivar otro dogo blanco, asesino, como el que casi nos comió días atrás.
Pasada la pesadilla canina, esta vez sin riesgo de vida, comienzo a sentir que caía agua, “está chispeando”, le digo a Seba… a los minutos ya lloviznaba copiosamente, y nos tuvimos que poner las camperas Powder sobre la primera capa; guardamos la segunda capa en las mochilas.
Al llegar al río, nos paramos bajo el ciprés, que terminó siendo "el ciprés de las malas decisiones" y esperamos para ver si escampaba. Ahí nos preguntamos "seguimos???", "volvemos???", "seguirá lloviendo???", "será sólo una nube pasajera???". Cuando paró un poquito decidimos avanzar, tal vez paraba definitivamente... tal vez no. Tuvimos que esquivar unos aspersores que estaban funcionando a pesar de la lluvia.



Llegamos a la confluencia entre el río Azul y el arroyo Blanco. Cruzamos la primera pasarela (la que cuelga sobre el arroyo Blanco) más cortita con tablones transversales y algunos longitudinales en buen estado (salvo un trozo de conglomerado que reemplazaba a algunas tablas longitudinales). Primer puente del día superado, no fue tan traumático como el que tuvimos que cruzar camino al refugio Hielo Azul.
A unos 100 metros, nos encontramos con la 2º pasarela, sobre el río Azul. Esta era terrorífica!!!! Tenía unos 30 metros de largo, sólo con tablones transversales y unos cuantos estaban rotos!!! Seba cruzó primero. Luego vino mi turno, respirar hondo, tomar coraje… Manos agarradas al pasamano de alambre, un paso, otro paso, que nunca los dos pies quedaran sobre la misma tablita. “menos mal que no llueve, no quisiera cruzar esto con lluvia” fue lo que dije.




Encaramos el sendero caminando por ripio, un camino por donde habitualmente circulaban 4x4 y caballos, con muchas piedras sueltas en el ascenso. Luego de caminar unos cientos de metros, nos sentamos bajo un ciprés para ver si continuábamos: lloviznaba bastante. Vimos pasar tres personas a caballo que iba hacia arriba. Seguimos.
Al rato pasamos por el mirador y Seba apostó $100 con el aire (nadie se hizo cargo de la apuesta) a que iba a seguir lloviendo.
Cuando paramos de subir, nos fuimos metiendo en un bosque de coihues, altos. Por la presencia de los árboles no se sentía tanto el agua. El camino continuó muy ondulante, con subidas y bajadas. Si bien no íbamos ascendiendo mucho en altura, si estaba el esfuerzo de ir en ascenso, y tener el cuidado de no caer en las pendientes.
A las 10:40 cruzamos un arroyito por un puentecito de troncos, y posteriormente pasamos por la cabaña y corrales abandonados. Volvimos a la intemperie, el camino comenzó a acercarse al río Azul, y el terreno se fue haciendo más plano.
Cada tanto nos cruzamos con personas que venían cargadas con sus mochilas, carpas y demás bártulos. Todos en sentido contrario al que íbamos nosotros.
Pasamos por el camping “La Playita”. Descendimos hacia la playa. En esta había una cabaña (administración del camping) donde vendían “Homemade bread and beer” según anunciaba un cartel; desde el interior nos saludó un muchacho que nos preguntó si queríamos pasar. Le contestamos “no, gracias, vamos a seguir caminando”. Como continuaba lloviendo solo nos acercamos un poco a la orilla, sacamos unas fotos y seguimos.



Avanzamos por camino más plano, pasamos el vado, y vimos a la derecha un puente colgante que iba hacia La Tronconada, un camping. Por suerte, no lo tuvimos que cruzar.
Se venía la parte difícil… en el camino aparecieron piedras, había que treparlas si queríamos llegar al cajón. Con mi gran habilidad tuve que sortear este obstáculo. Había sectores con piedras y alguna escalerita de tronco para partes casi imposibles de subir, con el precipicio en la espalda. Realmente no sé como hacía la gente para subir esto cargada con las grandes mochilas, y no perder el equilibrio en el intento. Exigía una gran complejidad técnica, aunque según Seba era sencillo. Cuando pasamos al día siguiente por el Club Andino, un empleado le estaba comentando a la gente que quería hacer el trekking, de esa parte del trayecto era “tan dificultosa y peligrosa”.
Un poco más de caminata entre tronquitos de árboles caídos y llegamos al cajón del Azul. Este cajón es una zona estrecha entre macizos rocosos por donde pasa el río, unos 40 metros abajo. Ahí el color del agua se tornaba azul-nafta, diferente a lo que veníamos viendo río abajo, donde formaba piletones intercalados con sectores con correntadas.



Una vez que cruzamos el cajón por una pasarela de troncos, 4 longitudinales de suelo, con un pasamanos también de troncos, llegamos a una roca más resguardada de la lluvia donde nos hidratamos y comimos un alfajor Terrabusi de chocolate. Ya eran las 12:55.
Estaba la opción de seguir hasta el refugio de Atilio, pero como continuaba lloviendo decidimos emprender el regreso. Ya llevábamos un par de horas de lluvia, y cuanto más tiempo pasara mas resbaladizo iba a estar el suelo. A las 13:00 hs partimos.
De nuevo tuvimos que enfrentarnos a las fatídicas piedras, esta vez en sentido inverso. Algunas las bajé sentada embarrándome un poco la cola; no me tiré como en un tobogán, sino que fue un punto más de apoyo en algunas circunstancias. Seba las paso sin ningún problema demostrando su gran habilidad de escalada.
En medio de la lluvia nos cruzamos con un grupo de aventureros, o tal vez de locos, del que enamó el comentario: “vamos a tener que dormir adentro”. Qué ganas de ir a pasar la noche a un lugar lleno de barro y bajo la lluvia!!!
Continuaba lloviendo; por la cantidad de agua caída el terreno se estaba tornando resbaladizo, barroso, efecto que se hacía más evidente en las bajadas. Subidas, bajadas, pasarelas, todo de nuevo. A esta altura ya teníamos toda la ropa mojada, y las zapatillas embarradas al igual que los pantalones.
En el camino pasamos al lado de un grupo de 3 individuos, uno con un sombrero de paja que estaba fumando marihuana, un olor muy común en El Bolsón.
Las nubes estaban cada vez más bajas, un poco por encima de nuestras cabezas. Al llegar al mirador ya no se veía el paisaje con tanta claridad como en la ida, las nubes seguían descendiendo.
El resto del camino en bajada fue muy complicado por el barro, pegamos algunos resbalones pero logramos mantener el equilibrio sin caer.
Prontamente llegamos al puente, pasarela de las tablitas rotas, donde tuvimos que esperar que unas 10 personas la cruzaran. Increíble, en el medio de la montaña teniendo que hacer fila!!!
La pesadilla se hizo realidad!!! Tenía que cruzar el puentecito con lluvia!!! Lo atravesamos bajo la intensa agua que caía del cielo mientras se balanceaba levemente y se inclinaba hacia uno de los lados, cosa que se percibía más en la región central del mismo. Luego cruzamos la otra pasarela sin problemas; tras haber cruzado las otras, esta era fácil.
Volvimos a la orilla del río, los regadores continuaban funcionando!
La subida en el barro fue bastante cansadora, dado que la hicimos en forma continua sin detenernos a descansar.
Llegamos a las 15:30 a lo de Wharton, tardando unas 2 hs y media para volver. El famoso Wharton era una casita- kiosko de madera con una barra, una salamandra y una cocina al fondo. Un hombre atendía la caja y dispensaba algunos productos (galletitas, golosina), y una mujer preparaba las infusiones, las tortas fritas y el pan casero en la cocina. Llegamos empapados a este lugar.
Me saqué la campera, chorreando agua, que había impedido que me mojara la remera que llevaba debajo. Seba no tuvo tanta suerte y parte de un hombro y región adyacente de la espalda se encontraban mojadas. En iguales condiciones se encontraba parte del contenido de las mochilas; la segunda capa que habíamos guardado ahí estaba húmeda.
El hombre, Wharton desde ahora, desde su puesto indicó: “qué las mujeres se acerquen a la estufa que esta calentita”. Había unas 6 o 7 personas más en iguales o peores condiciones, empapados de pies a cabeza. Enseguida salieron varios tés, cafés, mate cocidos, se agotaron las tortas fritas y panes. Nos tomamos un té caliente. Tenía las manos tan frías, que el solo hecho de tocar la taza me provocaba dolor, era como tocar algo hirviendo. Tenían una coloración blanco-rosada, con los dedos hinchados que impedía sacarme anillos.
Warthon nos pidió un remis, tenía algún convenio con la misma empresa que nos había llevado a la mañana, afuera del local había un cartel que decía “pida aquí su remis”. De hecho, por la falta de señal de celular en la zona, era la única forma de conseguir transporte. El próximo colectivo que volvía a El Bolsón, pasaba dentro de 2 horas. Los 20 minutos que esperamos el coche permanecimos al lado de la salamandra tratando de recuperar la temperatura corporal.
Dentro del auto nos pusimos los buzos, el mío casi seco, el de Seba más húmedo. En el recorrido de regreso vimos que las nubes estaban cada vez más bajas, ya no se lograba divisar la loma del medio.
Pasadas las 16 hs llegamos a la hostería. Ahí tuvimos una merecida ducha caliente, con mate, fruta, alfajor y chocolate en la cama viendo el Inter, va, Seba viendo el Inter.
La habitación era un desastre, había ropa mojada esparcida por todo el piso, que debía tener loza radiante porque había sectores calentitos.
Fuimos a cenar temprano a la cervecería El Bolsón. Pedimos ½ pizza caprese, papas fritas que chorreaban aceite y estaban un poco pálidas (habían olvidado escurrirlas en papel), un chop de cerveza de frambuesa para  Sole, y una negra ahumada y una rubia para Seba ($85).
Nos fuimos a dormir temprano.

miércoles, 30 de enero de 2013

El Bolsón - Lago Puelo

By Sole

Enero 2011

Desayunamos tranquilamente ya que teníamos tiempo.
A las 10:30 tomamos el Transporte Golondrina hacia Lago Puelo ($5 cada pasaje), un colectivo que comunica El Bolsón con Lago Puelo, haciendo muchas paradas en el camino. No venía muy lleno así que nos sentamos. Nos fuimos alejando de la zona céntrica, fueron apareciendo construcciones más humildes y más espacios verdes. En medio del recorrido cruzamos el límite con Chubut. Pasamos por Villa Lago Puelo, donde había cabañas con piletas, parrillas, etc. Al final del recorrido ingresaba al Parque Nacional Lago Puelo. Entramos sin pagar entrada, nadie se acercó al colectivo a cobrar, a diferencia de los que había ocurrido en Los Alerces. Cuando descendimos del vehículo ya estábamos adentro.
Fuimos al centro de informes a buscar un mapa con los senderos. Había varios, cortitos, de pocos metros y casi sin dificultad.
Comenzamos con el del “Jardín Botánico”, muy baja dificultad, con bancos para sentarse cada 50 metros. Un caminito demasiado turístico. Había varios carteles informativos, algunos sobre las especies de plantas que se veían.
Seguimos por “Antiguos pobladores”, muy aburrido. Incluía carteles que contaban la vida de una persona (uno de los primeros pobladores de ese lugar) que había vivido en una casa, de la que no quedaban rastros, ubicada en el medio de ese camino.
Continuamos por el "sendero del Faldeo". Antes de llegar a este pasamos por una zona de caballos sueltos, por suerte no nos cruzamos con ninguno pero si con su excremento (ya algo habitual en todas las caminatas que hacíamos). Este camino tenía un poco más de pendiente y dificultad; cada tanto se veía el Lago Puelo. Llegamos a un punto donde había una bifurcación, podíamos optar por seguir por este sendero o tomar el "del mirador"; nos desviamos por este último, volviendo a disminuir de nuevo la dificultad. Nos empezamos a cruzar con más gente y cuando llegamos al mirador, estaba sobrepoblado. Acostumbrados a cruzarnos a lo sumo con 2 o 3 personas cada 10 o 15 minutos, esto parecía la calle Florida. Casi no pudimos ver la vista del lago desde ahí, por toda la gente que había sentada tomando mate en el punto panorámico. Esquivando cabezas se podía a ver desde arriba el lago Puelo de un color verde turquesa.



Fóbicamente descendimos a la playita, que era bastante fea y sucia, con basura tirada por todas partes. En la oficina de informes había bolsas de papel madera para tirar la basura, pero no había tachos, así que uno debía llevarse la basura a su casa! Algunos cargamos los residuos todo el tiempo, pero muchos no bien generaban mugre ahí la dejaban.
Caminamos por la orilla, atravesamos unas piedras hacia una playita un poco más alejada, que si bien tenía gente había un sector más apartado, donde no sentamos. Era un lugar con piedras y algún tronco viejo. Ahí apoyamos las mochilas, nos sentamos y nos dispusimos a armar la picada. Esta tenia salame picado grueso (para retirarle la grasa con más facilidad según la técnica desgrasadora de Seba), queso sardo con poca maduración, maní y galletitas de lino Granix. Sebas cortó el queso y el embutido con su navaja. Comimos y juntamos la basura en la bolsita correspondiente. Tuve que ponerla dentro de otra bolsa en la mochila por el olor a fiambres que emanaba!



Cuando nos estábamos retirando del lugar donde habíamos almorzado vimos una lagartija pequeña! Qué horror, de haberla visto antes no me hubiese sentado tan tranquila en ese lugar! Seguimos caminando por la orilla, hacia el lado contrario por el que habíamos venido, hacia el mirador de las Lechuzas, para lo que tuvimos que trepar algunas piedras. Esta última actividad me resultó un poco complicada, por la escasa longitud de mis piernas, mi incoordinación motriz, y seguramente también el miedo. Subimos hasta cierto punto en el que dije, basta! La dificultad seguía siendo la misma, pero la distancia al suelo mayor. Y en definitiva desde donde estábamos teníamos una buena vista del lago, desde otro ángulo. En las piedras más cercanas al agua se veían lagartijas más grandes. Puaj! Lo que había costado subir, costó bajar.
Aun quedaba la tarde por delante para seguir recorriendo el parque.
Sendero “Pitranto Grande”. Las Pitras son árboles que crecen en zonas húmedas del suelo, semipantanosas. Por sectores había pequeñas pasarelas de madera para no embarrarse. Conseguimos encontrar por un rato el silencio en el interior del bosquecito de Pitras.



“Bosque de las Sombras”: en este había más Pitras, y casi todo el sendero era una pasarela de madera sobre terreno pantanoso. Teóricamente se podían llegar a ver algunas aves en el recorrido, pero más que árboles no vimos. Había reaparecido la gente.
Volvimos a la playita donde había mucha gente, con lonas, reposeras, bikinis, canastos de mate, y algunos hasta bañándose en el lago. Esta vez caminamos pero para el otro lado, hacia la desembocadura del río Azul, el mismo que habíamos bordeado los días previos.
Nos instalamos en un sector más alejado de playita de piedras, donde no había nadie, semi privada. Ahí nos sentamos sobre unos troncos de madera, tomamos mate, y comimos unas cerezas. Seba se quitó las zapatillas y medias, y se metió en el frío lago, con el agua que le llegaba por debajo de las rodillas. Luego de la foto de rigor, salió raudamente con los piecitos congelados.
Caminamos un poco más y nos fuimos a tomar el colectivo de regreso.
Pasamos por Jauja a comprar chocolates y compramos "sanguchitos" de miga para la cena. Regresamos al hotel, donde comimos durante la tarde-nochecita lo que habíamos comprado.
A la noche salimos con intención de ir a escuchar música celta. Habíamos visto que había una banda que tocaba 2 veces a la semana en El Bolsón. Fuimos hasta el lugar que indicaba la publicidad. Desde afuera se veía una casa grande, con un jardín adelante. Una puerta lateral de la casa estaba abierta, pero no se veía gente entrando y/o saliendo. No entramos.
Con la noche por delante, volvimos a pasar por Jauja, pero esta vez a comprar helado! Compartimos ¼ kg de helado de chocolate profundo (amargo), crema del Piltri (mouse de dulce de leche con praliné de almendras) y cassis.

El Bolsón - Cerro Amigo

By Sole

Enero 2011


Llovió intensamente durante la noche, al menos desde las 4:00 am, momento en el que registré el sonido. Las nubes oscuras que avanzaban desde las montañas significaban algo…
Nos levantamos cerca de las 9. Desayunamos básicamente lo mismo que el día anterior, y tomamos Ibuprofeno para acallar alguna pequeñas molestia, como la del tobillo. Nos quedamos en la hostería, Seba leyendo un libro sobre la Guerra Civil española y yo escribiendo sobre el viaje. Cuando se cansó de leer se puso a averiguar excursiones para hacer, pero nada nos resultó conveniente.
Por momentos salía el sol y en otros estaba nublado y con frío, alternadamente. Al mediodía nos fuimos a la feria de artesanos (era jueves), donde compramos cerezas, alfajores, una mini torta galesa, y un utensilio de madera para servir pizza.
Almorzamos en pizza Uno. Nos trajeron unos pancitos saborizados con salame y figacitas con salsa rara que aparentemente contenía mayonesa, perejil, zanahoria, y era de un color amostazado. No logramos identificar de qué se trataba. Comimos una fugazeta con queso grande, agua mineral y una latita Coca Zero ($55).
Volvimos a la hostería. Seguíamos un poco cansados luego de la caminata del día anterior y el día se prestaba para hacer nada. Qué cosa mejor que dormir una mini siesta???
Un poco más descansados salimos hacia el Cerro Amigo. Este estaba ubicado a 2 km de la ciudad, a 439 metros sobre el nivel del mar, un recorrido de poca dificultad.
Avanzamos por la calle Gral Roca, seguimos por Islas Malvinas, hasta encontrar el sendero-ruta para ascender al cerro. Había autos que iban y que venían, en las 2 direcciones. Luego de un rato de caminar en forma ininterrumpida llegamos, a un lugar donde indicaba que estábamos en el cerro y donde uno podía estacionar el auto. De ahí estaba la opción de ir por distintos senderos hacia el mirador del cerro, donde había una cruz blanca, que se veía claramente desde abajo. Había gente sentada, tomando mate y sol. Desde la vista panorámica de la ciudad era muy buena y hasta pudimos ubicar la hostería donde estábamos hospedados. Tomamos algunas fotos. Nos sentamos sobre una piedra a comer las cerezas que habíamos comprado en la feria.



Bajamos. Cuando regresábamos por el mismo camino por el que habíamos subido nos encontramos que la calle estaba bloqueada por una rama de árbol caída. Era imposible pasar con vehículos y tuvimos que desviarnos un poco y pasar por encima las ramas más pequeñas para acceder al otro lado. Al ratito nos cruzamos con una Caterpillar que iba raudamente a desbloquear el camino.
Pasamos por La Anónima a comprar agua y pelones, nada mejor que tener alguna fruta de colación. Dejamos las bolsas en hotel y partimos hacia una fiambrería por la que habíamos pasado el día anterior, llamada Maradona. Ahí compramos cerveza artesanal (para regalar), queso sardo blando a un muy buen precio y un salame.
Con las bolsas en la mano nuestro siguiente destino fue la heladería. Compramos ¼ kilo de helado en Saurio (frambuesa, chocolate con cascaritas de naranja y mascarpone con cassis). Nos sentamos en las mesitas que tenía en la vereda, junto a unos juegos para niños. Siguiendo la teoría de que un cliente atrae más clientes, cuando llegamos no había nadie, mientras estábamos ahí sentados empezó a venir gente, algunos que se quedaban sentados tomando sus helados y otros que se iban con ellos por la calle.
Dejamos las bolsas y pasadas las 21 hs nos fuimos a Otto Tipp, una cervecería que estaba camino al cerro Amigo en Roca e Islas Malvinas. En el camino nos ladró un perro salchicha negro, malvado; lugar donde pasábamos lugar que nos ladraban los perros! 
El restaurante era un tanto raro: una construcción de madera, con la región central de techo vidriada, con poca luz, y sobre la barra tenía una lámpara hecha con secador de cabello de peluquería (esos tachos donde las señoras meten la cabeza). Pedimos cordero con salsa de cerveza con papas, pollo grillado con puré de zapallo, 1 pinta rubia, 1 chop rojo y agua mineral ($105). Mientras comíamos había un grupo que tocaba  tango y folcklore, incluida una canción sobre Alfonsina Storni que Seba cantó a la par de la cantante con apellido noruego; era un show a la gorra. Volvimos caminando las 5 cuadras bajo el cielo estrellado.

martes, 29 de enero de 2013

El Bolsón - Refugio Hielo Azul

By Sole

Enero 2011


Nos levantamos a las 7:30 y media hora después nos fuimos a desayunar. El desayuno de la hostería incluía  café, leche, agua caliente, pan blanco y negro de molde, medialunas, pasta frola, manteca, mermelada, queso crema, yogures, cereales, frutillas.
Tomamos un remis hasta el callejón de Doña Rosa. Un lugar conocido popularmente con ese nombre que es simplemente un camino que se abre en medio de una arboleda y que baja hacia el río Azul. Desde el lugar en donde descendimos del auto, tuvimos que bajar en pendiente unos 150 metros. No había ningún otro ser humanos por la zona.
Siguiendo las indicaciones de la empleada del club Andino, intentamos acercarnos a la margen del río, la cual debíamos ir bordeando. Nos había aclarado que el sendero no estaba bien señalizado, y que simplemente teníamos que ir bordeando el Azul hasta encontrar “el 2º puente” que era el que se podía utilizar para cruzar.
No bien intentamos acercarnos al río, se nos vinieron encima un par de perros que nos ladraban e intentaban mordernos. En un momento agarré una piedra del piso para tirarle en la cabeza, no sé cómo, pero logramos escapar intactos, salvo por la taquicardia, palpitaciones y temblor en las piernas.
No sabíamos que hacer. Estábamos en el comienzo del camino sin poder avanzar. Por un lado los perros que seguían cuidando su zona y por el otro lado una tranquera, denotando que era una propiedad privada. Volvimos a subir los 150 metros que habíamos descendido, y mientras decidíamos que era lo que íbamos a hacer, vimos que se estacionaban 2 autos del que descendían algunos hombres, mujeres y niños. Ellos también iban para el refugio hielo Azul.
Como parecía que conocían el camino nos quedamos cerca para ir con ellos por lo menos hasta el inicio del camino. Nos salvaron el día!
A las 9:45 comenzamos a caminar al lado del río Azul. Habíamos elegido la vía equivocada! No había que pasar por donde estaban los perros, sino que había que pasar por donde estaba la tranquera, por el medio de un campo, que en unos corrales tenía una chancha flacucha con chanchitos, algunas gallinas, etc. Siguieron algunas plantaciones y caminando un poco más volvimos a ver el río a nuestra izquierda. Después continuamos por un sendero que por momentos se estrechaba, que iba a la margen del río. En medio de eso tuvimos que esquivar unas máquinas que quitaban piedras del lecho de este para hacer los bloques de piedras enjauladas que habíamos visto a los costados de las rutas en Esquel. Finalmente pasamos al lado del camping por donde antiguamente se accedía al puente que cruzaba al otro lado del río, evitando el callejón de Doña Rosa y todo este recorrido que habíamos hecho. Parece que en algún momento el dueño del camping se cansó de que la gente pasara y cerró el acceso, permitiendo que solo pase la gente que acampaba ahí. En medio del trayecto con una piedra suelta me torcí el tobillo izquierdo, causándome una molestia, pero no dolor, por lo que seguimos caminando. Hasta ahora habíamos caminado 40 minutos.
Frente a nuestros ojos teníamos un puente colgante. Segundo momento estresante de la mañana. No se lo veía muy firme! Tenía unos alambres que auspiciaban de pasamanos, y un piso de maderas perpendiculares separadas de unos 15 cm unas de otras, sobre las que se disponían 3 hileras de maderas en sentido longitudinal (algunas rotas). Para acceder a este había que subir una especie de escalera de madera de unos 2 metros construida con 3 troncos.
Un cartel decía que solo podía pasar una persona por vez, y de no más de 150 kg.

Nuevamente me temblaban las piernas, había algo que me paraba y me impedía cruzar, el instinto de supervivencia, tal vez?






Primero cruzó Seba. Parada a unos 2 metros de altura en el inicio de la pasarela Río Azul, no me quedó otra que cruzar, no me iba a quedar todo el día sola sentada en la orilla. Tome coraje, respiré hondo, y con la mayor firmeza que me permitieron mis piernas temblequeantes, agarrada del alambre que tenia a cada lado, fui caminando lentamente como si estuviera caminando sobre una cuerda. El corazón me latía aceleradamente, queriendo salirse del tórax, mi cara no podía disimular el pánico. Un paso, otro paso, otro más, me fui acercando al otro lado del río. Otro problema se me presento cuando estaba llegando al otro extremo: los alambres de los que iba agarrada se empezaban abrir, haciendo la brecha entre los dos cada vez más grande, imposible de alcanzar con mis brazos, no podía seguir sosteniéndome de los dos lados, tenía que optar por uno, pero sin acercarme demasiado a ninguno de los dos lados para que no se moviera mucho el puente. Desconozco cómo pero llegué. Bajé lo más rápido que pude, y todavía temblando lo abracé a Seba. El al contrario estaba fascinado con el puentecito, y estaba hidratándose.
A las 10:30 ya habíamos cruzado el fatídico puente colgante. Descansamos unos 10 minutos, y a las 10:40 emprendimos la caminata.



El recorrido comenzó con un ascenso bastante pronunciado, ya partimos de los 300 metros por encima del mar. Luego de unos 2 kilómetros, 20 minutos de caminata, ascendimos unos 100 metros más, llegando a la “pampita”, un lugar plano, alambrado donde había algunos caballos y vacas. Un terreno minado por bosta que fuimos esquivando. Aquí vino el tercer momento traumático, la vaca. Pasando la parte más llana, con pasto corto, empezó a aparecer un poco más de vegetación y a reaparecer el sendero. Cuando estábamos ingresando en ese sector, en el que el camino se bifurcaba (senderos secundarios creados por las vacas), nos encontramos con la vaca de frente! No soy muy amiga de los animales, y mucho menos de una vaca suelta; reculamos un poco y tomamos la otra ruta.
A medida que íbamos ascendiendo iban apareciendo más árboles, cada vez más altos en un intento por alcanzar la luz. En el recorrido fuimos haciendo algunas paradas de segundos-minutos para hidratarnos. Nos cruzamos con muy poca gente, cada tantos kilómetros con alguna pareja o grupitos de 3 o 4 personas que venían descendiendo. Mucho silencio, que fue interrumpido por un toc-toc-toc. Nos detuvimos, mirando hacia arriba, tratando de localizar el pájaro carpintero. Y ahí estaba, mucho más cerca del que habíamos visto en Arroyo Cascada, brindándonos un concierto de golpes. Algo que no se puede pagar con Mastercard.
A las 12:10, luego de caminar unos 6 km más, llegamos hasta el Mallín de los Palos, a unos 1100 metros de altura.
Antes de cruzar el mallín, un terreno pantanoso en el que había colocados trozos de troncos de árboles para pisar y no meter los pies en el barro, nos sentamos a descansar y comer algo. Comimos unas galletitas con cereales, y agua.
Cuando terminamos de acomodarnos de nuevo las mochilas y estábamos dispuestos a seguir, tuvimos que esperar que una pareja cruzara el mallín, lo que nos permitió ver un poco la dificultad del terreno. Cuando estuvieron en tierra firme, nos cedieron los “bastones” de ramas que habían utilizado para no perder el equilibrio. El cruce fue exitoso. Llegamos intactos al otro lado del pantano.



Se venía un nuevo ascenso de unos 2 km con 100 metros más de desnivel hasta el mirador del río Raquel. Este trayecto fue técnicamente un poco más dificultoso, había sectores más empinados, con piedras y tierra más suelta.
A las 13:00 hs llegamos al mirador Raquel. Gran vista al oeste y sudeste desde donde se veía la loma del medio, el Bolsón y el Piltriquitrón. Nos detuvimos nuevamente, a tomar agua, apreciar la vista y sacar algunas fotos.



De este mirador nos trajimos como recuerdo unos rayones en la máquina de fotos, tras caer de donde la habíamos colocado con el trípode para sacar “autofotos”.
Cuando miramos el cielo se veían sendas nubes que avanzaban desde lo alto de la montaña. Llovería? La pregunta era: seguimos o volvemos?
Ya habíamos recorrido 10 km y ascendido cerca de 900 metros. Solo nos quedaban 5 km por delante con un desnivel de unos 100 metros, un trecho más sencillo que el que habíamos realizado, para llegar a destino…
Seguimos! Luego de 2 subidas importantes llegamos al Arroyo Teno, al que bordeamos, pero no cruzamos. Aprovechamos para recargar las cantimploras con agua fría. La hora siguiente fue más tranquila, atravesamos un bosque de Lengas donde el terreno era bastante plano; por momentos seguíamos teniendo el arroyo de aguas blancas lechosas a nuestra derecha. La agitación de sus aguas, y el crujido de las hojas al pisar eran los sonidos predominantes. De vez en cuando se escuchaba el canto del chucao, que como a estas alturas ya dudábamos de su ubicación (si el canto venía de la derecha o de la izquierda), por las dudas le mandábamos alguna puteada “chucao de m…”
A las 14:45 finalmente llegamos al refugio Hielo Azul! Un lugar muy tranquilo, con el arroyo con aguas de deshielo, algunas plantas, y un par de construcciones (el refugio propiamente dicho) y una zona arbolada donde había gente acampando.
A medida que fuimos ascendiendo la temperatura fue bajando, habíamos comenzado la travesía en remera, y para este momento ya teníamos puesta la campera. Seguramente era uno de los momentos del día con mayor temperatura en ese lugar. De la chimenea del refugio se veía salir humito.
Ahí, a 1300 metros de altura, sentados en el suelo encontramos un grupo de personas jugando al truco.
Desde ahí se podían ver las montañas nevadas, el paisaje era totalmente diferente al que habíamos tenido.
Sacamos algunas fotos, nos sentamos 5 minutos en un banco de madera que había en el lugar, nos hidratamos y compartimos un alfajor Terrabusi de chocolate y una barrita de cereal.



A las 15 hs comenzamos a bajar. Volvimos por el mismo lugar por el que habíamos venido. Muy cerquita del refugio, cuando regresábamos, nos cruzamos con “los salvadores” de la mañana.
Por momentos chispeaba, pero con la velocidad de la caminata y el abrigo que teníamos no fue problema. El agua caída no era tanta como para embarrar el camino. En algunos momentos era más difícil ver las chapitas distribuidas en los árboles pintadas de rojo y amarrillo con diferentes dibujos que señalizaban el camino. Estaba más preparadas para los que iban hacia el refugio que para los que volvían.
A las 18 hs llegamos al puente. Cuando pasamos la pampita, estaba soleado, había algunos caballos sueltos a algunos metros de donde pasamos y algunas personas sentadas en el suelo entre la bosta descansando.
No creo que el cruce de regreso haya sido mejor que el de la ida, salvo por el hecho de saber que no lo debería volver a cruzar, cosa que me tranquilizaba bastante.
A la margen del río Azul, ya del lado de la “civilización”, nos volvimos a sentar unos momentos para tomar agua y comer una fruta. Volvimos bordeando el río, que ahora lo teníamos a nuestra derecha. En medio del camino llamamos al remis para que nos pasase a buscar por el mismo lugar donde nos había dejado a la mañana.
Tuvimos que volver a pasar por los terrenos donde estaban los animales. La chancha grande y desnutrida, estaba con sus cochinillos que se le escapaban por debajo de los alambrados, y asustados intentaban volver.
Finalmente, a las 19 hs nos pasó a buscar el remis, y rápidamente volvimos a El Bolsón.
Solo quedaban energías para un baño (uno puede sentirse muy sucio luego de estar un día caminando salvajemente por la montaña) y comer!
Fuimos a cenar a Opíparo, donde comimos ravioles de verdura con estofado de carne ($110). Muy rico!

lunes, 28 de enero de 2013

El Bolsón - Mirador del río Azul y Cabeza del Indio

By Sole

Enero 2011


Fue el último desayuno en Sur Sur. Luego de constatar que todas las cuentas estuviesen saldadas, tomamos un taxi hasta la estación. Eran pocas cuadras, pero como estábamos con las valijas decidimos no caminar.
A las 9:30 partió el micro con destino El Bolsón. Si bien habíamos comprado el pasaje en "Vía Bariloche", el omnibus era “Don Otto”. El Bolsón era una parada más en el camino, el destino final del mismo era Jujuy.
Luego de unas 3 horas de viaje, 180 km recorridos y tras pasar por Epuyén y El hoyo (donde el micro hizo parada) llegamos a El Bolsón. El paisaje fue bastante aburrido con mucha estepa, muy monótono, hasta pasar el El hoyo. A medida que nos fuimos acercando a El Bolsón, fue aumentando la vegetación, fueron apareciendo árboles, etc, íbamos hacia el noroeste.
El Bolsón está ubicado en un valle, entre el cerro Piltriquitrón y la loma del medio de mucha menor altura. Acostumbrados a la tranquilidad de Esquel de los últimos días, esto era un infierno. Había mucha gente por todos lados que brotaba de debajo de las baldosas. Encima coincidió que ese día había feria de artesanos en la plaza principal (la armaban los días martes, jueves, sábados y domingos). Así que estaba la gente que paraba en el pueblo así como la de alrededores.
Valija en mano fuimos esquivando seres humanos y autos en las calles, que no tenían semáforo. En las avenidas, sobretodo en la intersección de 2 o más de estas, era bastante complicado cruzar. Con mucho esfuerzo caminamos las 7 u 8 cuadras que nos separaban de la hostería. Esta estaba situada en la esquina de Azcuénaga y 25 de mayo. Pequeña, de 2 plantas, con 10 habitaciones distribuidas en el primer piso (por escalera), estacionamiento y una sala de estar cerca de la recepción con sillones, y revistas y libros para leer.
Teníamos reservada una habitación doble; a pesar de ser las 12 horas pudimos hacer el check in porque el cuarto ya estaba listo. Era una habitación un poco más amplia que la de Esquel, con baño privado que incluía un secador de cabello, y una bañera con media mampara y un duchador loco. Cada vez que uno se bañaba era imposible que no se mojara todo el baño, incluido techo, piso, puerta, etc. En el resto de la habitación estaba la cama, el tv con cable y un placard con caja de seguridad. Había un ventanal con bowindow que daba al estacionamiento.
Como positivo el lugar tenía muchos enchufes, cosa que escaseaban en Sur Sur y como negativo, como modo de pago solo aceptan efectivo (no tarjetas ni transferencia), lo que me pareció muy poco friendly al turista. Si bien la atención era personalizada, había unos 4 empleados que se repartían a lo largo del día, no era tan cálida como en Esquel.
Luego de dejar el equipaje, ya salimos a caminar.
Pasamos por la oficina de turismo donde tuvimos que hacer fila para que nos atendieran. Había mucha gente que buscaba alojamiento o actividades para realizar.
Nos dieron un mapa de la ciudad y un par de explicaciones sobre lugares que podíamos visitar caminando o tomando algún colectivo ya que estábamos sin auto. Fue muy amable la empleada del lugar.
De ahí nos fuimos a comer a la Cervecería El Bolsón. Estaba pasando la plaza de los artesanos, tenía un sector cubierto y un gran patio-jardín con mesas de diferente tipo distribuidas en el mismo. Hacía calor y estaba soleado por lo que nos ubicamos en la intemperie. Pedimos media pizza napolitana (venia en media tabla de madera, muy original), agua y cerveza negra, con un costo total de $44. Tuvimos que esperar bastante para que nos atendieran y para que nos trajeran las bebidas y comida.
Luego pasamos por La Anónima a comprar algunos víveres, y por el Club Andino Piltriquitrón (CAP), donde nos informaron sobre el ascenso hasta Refugio Hielo Azul, información que resultó un poco deficiente como pudimos constatar posteriormente.
Siguiendo las indicaciones de la oficina de turismo emprendimos el camino hacia la Cabeza del Indio.
Avanzamos por la calle Anchorena hasta su finalización, cruzamos el puente que esta sobre el Río Quemquemtreu, llegando a un camino de ripio, el mismo que utilizan los vehículos para ascender; como no llovía hacia algunos días había muuuucho polvo por todos lados. La subida inicial era bastante empinada. Ascendimos hasta un cartel con un duende donde el camino se bifurcaba, seguimos hacia la derecha del mismo, algunos metros más hasta una nueva bifurcación. Uno de los caminos iba hacia el río Azul, y el que seguía a la derecha, hacia el “Mirador del río Azul” y “Cabeza del Indio”. Tomamos este último, seguimos caminando varios kilómetros bajo el sol, metiéndonos en senderitos hechos por curiosos, que iban hacia el lado del río, desde donde había una muy buena vista hacia el valle del mismo. En un extremo se podía observar el Lago Puelo con un color impresionante, y parte del recorrido zigzagueante del río, de poca profundidad, al menos en esa parte, donde se podían ver las piedras del fondo.



Llegamos al mirador, a unos 5 km de la ciudad, donde la vista no era tan buena como las que habíamos tenido previamente. Caminamos 1 km y algo más, hasta llegar a la Cabeza del Indio. Era un lugar en medio de la nada, había un kiosko donde además de galletitas y gaseosas vendían entradas de $3 para ingresar al sendero que llevaba a la cabeza. En este sector había improvisado un estacionamiento para autos con un cartel que informaba que “no se hacían cargo por el robo de objetos personales”.
Fuimos por un camino un poco empinado, bastante corto con un tiempo estimado de 10 minutos, que hicimos en mucho menos. Llegamos a un mirador de madera, desde donde se podía ver la cabeza de indio, que no era más que la imagen que se formaba en una roca, que según la imaginación resultaba en el perfil de un rostro. 



Seguimos por el otro sendero, que tenía unos cuantos metros de cornisa, con un sector muy estrecho y peligroso, que como mucho debía tener medio metro, y como única medida de seguridad había un alambre para agarrarse y no caerse colocado en la pared de roca. Así que quedaba la formación rocosa con el alambre, la persona que iba caminando y un precipicio como en los que caía el coyote perseguido por el correcaminos.
Cuando regresamos al kiosko de donde habíamos partido había un hombre quejándose que le habían robado una notebook del auto. En el momento en que pasamos por ahí estaba tratando de negociar la devolución del objeto “podrían ver si aparece la computadora si les doy $500??? Tenía fotos y otras cosas importantes…”. No sé en que habrá quedado esto. Una vergüenza que en un lugar en el medio de la nada donde aparentemente hay 2 personas roben. Igual los del lugar con su cartel ya le habían avisado que cuidara sus cosas porque se las iban a robar.
Bajamos por el mismo camino por el que habíamos subido, porque nadie nos pudo informar ahí arriba como llegar a la Cascada Escondida. El descenso fue un poco más rápido, pero igual o aun más polvoriento que el ascenso. En algunas partes había autos que pasaban a mayor velocidad de la permitida y la que la razón manda, levantando grandes nubes de polvo, sin importarles nada de la gente que iba caminando o de cualquiera que podía venir conduciendo en sentido contrario. No era una autopista, era un camino de ripio estrecho que bajando la velocidad y con cuidado podían pasar 2 vehículos a la vez.
Una vez en la ciudad, debíamos reponer energía. Compramos helado en Jauja: gianduia (chocolate con avellanas), y frambuesa (Sole), gianduia, frutos de bosque y canela (Seba). Fuimos hasta la Plaza Pagano, donde estaban los puestos de artesanos, en la que aun había mucha gente, mochileros, hippies, artesanos, etc. Nos sentamos a comer el helado viendo la extraña fauna que nos rodeaba. En el centro de la plaza había una especie de fuente- estanque donde se alquilan botes a pedal. En un momento se acerco al borde de la fuente un niño de unos 3 años, que se bajó los pantalones y comenzó a hacer pis como si fuese un inodoro gigante. Ningún adulto se hizo cargo ni dijo nada. Recién cuando el chico volvió a subirse los pantalones y estos se mojaron un poco con orina se acercó una mujer, que sería la madre, de uno de los puestos. Unos minutos antes de toda esta escena, a uno de los turistas se le había caído una gorra y se había metido al agua a sacarla (vaya a saber cuántos habían orinado antes). Parece que en algunos lugares, todo vale, menos la educación.
Esa noche fuimos a cenar a “Tierra Nuestra” (San Martín 3207), la parrilla- restaurant de hotel Amancay. Como parte del servicio de mesa nos trajeron un mini pan casero de campo muy rico, cordero con ensalada, trucha al limón con puré (que aún tenía la cabecita y ojitos que miraban), agua sin gas y una cerveza Araucana rubia ($115).

domingo, 27 de enero de 2013

Esquel - Trevelin

By Sole

Enero 2011


Nos dirigimos a la terminal de micros, con intención de tomar el colectivo a Trevelin, un pueblo vecino, a 22 km. Cada 30 minutos parten micros de la empresa Jacobsen hacia allá; el costo del boleto es de $3,75. Como habíamos llegado a las 17:04, tuvimos que esperar al bus que partía a las 17:30 hs.
El viaje duró unos 30 minutos, tranquilo, al principio parando cada 2 o 3 cuadras para que suba gente, como cualquier colectivo, hasta que tomo la ruta, pavimentada, y rápidamente llegamos. Hacía calor, aún estaba el sol (y le quedaban un par de horas en el cielo dado que se ocultaba cerca de las 21 hs). Fuimos a la oficina de informes, donde nos dieron un mapa y un par de direcciones que solicitamos, incluidas las de las 2 casa de té. El objetivo de la excursión justamente era ir a tomar el té Gales a Trevelin, la mayor atracción del lugar.
Primero pasamos por la casa de té Nain Maggie, que estaba llena de gente, muchos que venían en excursión. De hecho había estacionada en la puerta una camioneta de Patagonia Verde. Las excursiones que vendían estas empresas incluían la visita al molino harinero, cascadas de Nant y Fall y te Galés. En el mismo local, había un sector donde vendían artesanías, y objetos referentes al lugar. Nos anotaron en una lista de espera, pero luego de esperar un ratito y constatar que la otra casa de té estaba vacía, nos fuimos para esa. Realmente Nain Maggie no parecía un lugar muy acogedor, mucha gente, mucho ruido, sin ninguna particularidad en la decoración; estoy segura que la cantidad de gente que tenía era exclusivamente obra de algún arreglo económico con las empresas de turismo.
Nos fuimos a La Mutisia, que quedaba a la vuelta, sobre la avenida San Martín. Era más bonita, con toda la vajilla haciendo juego, blanca con rosas rosas, incluso similares a las de una réplica a gran escala que había en la puerta. Cuando llegamos había apenas 1 o 2 mesas ocupadas y pudimos elegir donde sentarnos.
Ofrecían un menú que incluía té o café, con variedad de tortas (coco, chocolate y jengibre, crema y frambuesas, mora y torta galesa), triangulo de pan integral con jamón y queso, pan con manteca casera, y un scon salado calentito, tres platitos con manteca, dulce de pera y dulce de rosa mosqueta ($50 por persona). Después escuchamos que también estaba la opción de pedir uno de estos menús y una taza de té adicional por $10, ya era demasiado tarde. Sólo quedó un pan con manteca y algo de mermelada en los platitos; el resto fue engullido.



Con el estómago bien lleno, salimos y caminamos un par de cuadras. Era un pueblo más pintoresco que Esquel, con casitas, pasto y flores en las veredas (impresionaban colocadas por los dueños de casa). Pasamos por el viejo molino harinero Los Andes, donde funciona un museo ($5 la entrada), una radio y el consejo de delirantes. El museo cerraba en media hora, y la descripción del mismo no lo hacía muy atractivo, así que no entramos.
Tomamos el colectivo de regreso. Volvimos al hotel.
Por todo lo que habíamos comido a la tarde, no teníamos hambre, así que solo comimos una fruta y un chocolate. Un poco de tele y nos fuimos a dormir.

Esquel - Laguna La Zeta y la Trochita.

By Sole

Enero 2011


Seguimos la rutina de las mañanas previas, levantarnos y desayunar.
Previo a iniciar el itinerario del día, pasamos por el supermercado a comprar agua mineral y caramelos. Con las cantimploras llenas, y mochilas es la espalda, iniciamos la caminata hacia la laguna La Zeta. El primer día cuando pasamos por la oficina de turismo nos habían informado que había un sendero que partía de la ciudad, subía por el cerro y llegaba a la laguna.
Fuimos por la avenida Fontana, alejándonos de la zona céntrica, donde las calles iban perdiendo pavimento al mismo tiempo que desaparecían las veredas. No era justamente la zona más linda de la ciudad, a medida que íbamos subiendo las casas iban siendo más precarias, con más animales y más suciedad. Finalmente hallamos un cartel, que se leía parcialmente, ya que había perdido la mitad de las letras probablemente por los avatares del clima. Era el cartel que hacía referencia al inicio del “sendero” hacia la Laguna La Zeta.
El sendero estaba muy mal señalizado, con partes más planas y otras en ascenso, bastante feo. Nos topamos con un par de ramificaciones, eligiendo azarosamente nuestro camino. Terminamos en el camino de ripio para autos, que era otra de las opciones para ascender. Continuamos por éste, esquivando bosta de vaca y de caballo. En un sector se veían vacas sueltas a menos de 50 metros que afortunadamente no eran sociables y se quedaron donde estaban. En unos metros del camino, el terreno era ondulante con subidas y bajadas aparentemente preparadas para motocross. No tengo registro de cuanto tiempo nos llevaron esos 5 km.
Llegamos a la laguna la Zeta, justo en ese momento había 2 personas con un auto, que en pocos minutos se fueron. Había un muellecito con una especie de templete en el extremo que estaba sobre la laguna, con los pilotes en el agua. El resto de la laguna estaba rodeada de vegetación haciendo casi imposible el acceso a la misma. Nos quedamos solos; aprovechamos para sacar unas fotos, y sentarnos a comer una barrita de cereal.



Volvimos por el camino de ripio, pero esta vez lo seguimos hasta el final. Había bastante polvo, dado que hacía varios días que no llovía. El descenso fue más rápido con Seba inventando canciones bajo los rayos del sol, deteniéndonos un par de veces para sacar fotos panorámicas de la ciudad.



Nuestro siguiente destino era la Trochita, el “Viejo Expreso Patagónico”. Teníamos tickets ($80 argentinos, $160 extranjeros), que habíamos sacado el día anterior. El tren partía a la 14 hs, con asientos numerados. Como llegamos con una hora de anticipación, sacamos varias fotos a la formación, que aun se encontraba vacía. Comimos unas galletitas y agua, era la hora del almuerzo y no había tiempo para comer otra cosa. Rápidamente se hizo el horario de salir.
Nos toco un vagón de primera clase, con asientos mullidos, y un poquito más espaciosos que los de clase económica que eran de madera. Es azaroso el vagón que se le asigna a uno a la hora de comprar el pasaje, el precio de ambos es el mismo.
Cada vagón del tren, que actualmente se utiliza con fines turísticos, tenía un guía que hablaba sobre la historia y características del mismo. Inicialmente conectaba Esquel con la localidad de Ingeniero Jacobacci en Río Negro (402 km). En ese momento era un medio de transporte de pasajeros y mercancías (alimentos, ropa, etc). Según contaba, los viajes eran largos, de muchas horas, donde en los meses fríos las familias se reunían alrededor de las salamandras ubicadas en el centro de los coches, donde cantaban al compás de las guitarras, y varios hasta cocinaban. En algunos trayectos la velocidad era tan lenta, que la gente podía bajar del tren, caminar un poco al lado del mismo y luego volver a subir.
Ahora solo se hacen 2 trayectos, El Maitén- Desvío Bruno Thomae- El Maitén (excursiones que parte de El Bolsón) o Esquel- Nahuel Pan- Esquel.
Nosotros salimos desde Esquel, con destino a la estación Nahuel Pan, a 20 km. Desde las vías teníamos una vista diferente, al principio de la ciudad y luego de la estepa patagónica. Dentro de la ciudad, había casas que daban directamente a las vías del tren; del otro lado tuvimos una vista panorámica del cementerio, rodeado de pinos, que era bastante grande por la cantidad de habitantes que tiene la ciudad; seguramente había más muertos que vivos.
Posteriormente más estepa, montañas a lo lejos, el cerro Nahuel Pan (en mapuche tiene un significado, nahuel: tigre, puma, pan: hijo o descendiente). Tras una hora de viaje, llegamos a la estación Nahuel Pan. Era un pueblo fantasma, que solo tenía vida 2 veces al día, cuando llegaba el tren. En este lugar, el tren permanecía una hora, tiempo en el que la locomotora era cambiaba al otro extremo del tren, circulando por una vía accesoria.
Había puestos de artesanos, “La Casa de las Artesanas”, donde vendían bufandas, gorros, medias, sweaters tejidos por gente de la zona. En las puertas de 2 casas vendían tortas fritas en una y bebidas en la otra. También estaba la posibilidad de visitar el Museo de Culturas Originarias (Tehuelche-Mapuche) donde no entramos, era super pequeño y la entrada costaba $5. Presenciamos una imagen que representaba a la obesidad presente y futura. Una familia, padre obeso, madre con sobrepeso, seguramente pisando el límite de obesidad con niño con sobrepeso. El hombre desparramado sobre una piedra con una torta frita en una mano y una gaseosa regular en la otra. Una imagen que decía más que mil palabras.
Cuando estábamos ahí nos dimos cuenta cuanto nos habíamos quemado a la mañana. Teníamos las piernas (la parte que quedaba libre entre shorts y medias) coloradas al igual que los brazos, donde no nos habíamos puesto protector solar. Apenas había habido una resolana, pero eso fue suficiente para quemarnos.
Acercándose la hora de partir, todos volvimos a nuestros lugares. Como a la ida habíamos viajado de espalda, regresamos de frente. De igual manera los artesanos levantaron sus puestos y se subieron a sus autos y se fueron. Las 2 casitas cerraron sus puertas. La vida del lugar se acabó…



El viaje estuvo animado por una serie de personajes. Pasó una chica anunciando los servicios del vagón comedor donde servían café, té, chocolate y tortas, el fotógrafo (que ofrecía sacar fotos en la locomotora, color, sepia o blanco y negro), una señora que cantaba canciones en mapuche y tocaba el “cultrum”, un instrumento de percusión de igual origen (uno podía comprarle el cd de $25 o hacer una contribución a la gorra), la vendedora de libros sobre el tren ($30), etc. Entre una cosa y otra, la hora de regreso transcurrió rápidamente. A las 16:45 ya estábamos en la estación Esquel.

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