domingo, 30 de marzo de 2014

Donde la lógica no tiene lógica


A la India hay que viajar liviano. No sólo me refiero a llevar poco equipaje, sino a que hay que viajar despojado de prejuicios.

Los seres humanos tendemos a evaluar las cosas desde una perspectiva construida por años de educación formal y hábitos formados a partir de vivir en una sociedad con una cultura determinada. En India, ese cristal a través del cual miramos el mundo simplemente no sirve, no encaja, porque en India la lógica no tiene lógica. Nada es cómo debería ser, o como esperamos que sea. Al final, nos terminamos dando cuenta que no necesariamente es malo, y es eso en buena medida lo enriquecedor de la experiencia.

Así que vivan las diferencias! Vivan las vacas en las calles, los bocinazos, los eructos y el regateo!  Viva el olor a sudor con curry! Y viva hacer pis en la calle!

Y sepan disculpar a todos los indios: si alguna de esas cosas nos parece en algo incorrectas, les cuento que a ellos no les avisaron. Y como no les avisaron, lo que no está prohibido está permitido…



Afortunadamente, con Sole encaramos el viaje livianos, cómo esponjas dispuestos a absorber  todo lo diferente y con los sentidos bien despiertos para disfrutar de experiencias sensoriales únicas. No voy a ser hipócrita negando nuestros miedos y dudas de la previa, pero el espíritu “aventurero” tenía que ser el condimento principal del viaje. Un viaje de muchos condimentos (todos picantes, obvio…)

Vamos a cometer el pecado de hablar del segundo país más poblado del mundo como una unidad, cuando en realidad es una mezcla de infinitas realidades. Vamos a hablar de la India como si hubiésemos recorrido todos sus rincones de norte a sur y de este a oeste, cuando  sólo conocimos una ínfima parte del territorio, y nos movimos dentro del circuito turístico del “triángulo dorado” que conforman Delhi, Agra y Jaipur. Les pido que nos perdonen por  ese error; reconocemos que el hecho que el Taj Mahal esté en India no significa que pueda simbolizar a toda la India.



En el país de la espiritualidad, en la cuna del yoga y de la filosofía de la resistencia pacífica, parece que la gente está dispuesta a cualquier cosa para conseguir unas rupias, que paradójicamente llevan la imagen de Gandhi en su reverso. Eso parece exacerbarse cuando se trata del turismo, que se explota como si fuera un recurso infinito.

En el país donde las vacas son animales sagrados y no se pueden comer, los chicos piden limosna en los semáforos. En nuestro país, uno de los países con mayor consumo de carne vacuna del mundo, los chicos también piden plata en los semáforos… así que no podríamos decir que la miseria es el rasgo más destacado de la India sin antes no mirarnos al espejo.

Tampoco podríamos criticar el denigrante rol de la mujer en las zonas rurales, o el humillante sistema de castas, sin reconocer los problemas que se sufren en Argentina (y en casi todos los países del mundo) en relación a la violencia de género o la desigualdad social.



La India es el país que se prepara para ser el más poblado de la Tierra en algunos años. El que construye edificios, autopistas y bombas nucleares. El que tiene espacio para la poesía y la música. El que venera a más de 30 millones de dioses (muchos de ellos parecen salidos de un canal de TV infantil, como Ganesh, mitad niño rechoncho y mitad elefante). Es el país que deja que el polvo y el humo envuelva a los miles de conductores de tuk tuk que se aventuran en los caminos llevando gente y esquivando cerdos, camellos y baches. El de los palacios y fortalezas suntuosas. El de las especias, el arroz basmati y las variedades de lentejas. El de los niños que ven con naturalidad que los hombres caminen de la mano, pero que se ríen cuando ven un hombre pelado (como yo). El de un pueblo que se divierte con Boliwood, mientras los chicos juegan cricket en lugar de fútbol. Que soporta su karma y cumple su dharma a la espera de prosperidad en la próxima vida, pero donde los shopping malls crecen como hongos. El de las excusas que de tan ridículas terminan siendo divertidas.



Parecen demasiadas contradicciones, ¿lo son verdaderamente?

¿Podemos juzgar a un país porque sus conductores no respetan la fila en el peaje y manejan con una mano en el volante y la otra en la bocina? No seamos tan occidentalmente exigentes…


Hemos preferido relajarnos y disfrutar de esas cosas que hacen de la India un país único e increíble, que invita a descubrirlo y redescubrirlo. Un país que pone en juego todo el tiempo la capacidad de sorpresa y obliga a tener la cámara de fotos siempre lista. Donde lo imposible parece posible, donde lo surrealista se puede ver, tocar, oler a cada momento. Porque las cosas en India no tienen lógica… o simplemente tienen lógica india.

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