sábado, 11 de febrero de 2017

Bienvenido al Legacy Cruise y sus infinitas actividades!!!

By Sole

Finalmente estábamos frente a frente con el Legacy Cruise!!! El momento de la verdad había llegado.

El barco estaba lindo aunque... reclamaba una buena mano de pintura, al menos desde el exterior. Con gran amabilidad los “marineros” nos ayudaron a ingresar al barco, y nos recibieron con té frío con limón, y una toallita refrescante como las que suelen dar en los aviones.


Nuestro barco

Mientras terminaban de preparar el almuerzo nos entregaron las llaves de los camarotes para que fuésemos acomodándonos. El interior del barco parecía estar mejor cuidado que el exterior, y nuestro camarote con vista al mar nos sorprendió gratamente. Este incluía una cama de dos plazas, mesitas de luz, un placard y un baño completo con ducha. Más que bien, no podíamos pedir más.


Camarote con un cuadro muy bizarro

Sin haber comido nada desde el desayuno estábamos hambrientos. Nos acomodamos en una mesa a la que posteriormente se unieron 3 mujeres de Malasia, una madre con sus dos hijas. No hubo mucha conversación, apenas unos “do you want?” o “Thank you” al pasarnos los platos que iban llegando uno a uno. La comida fue variada incluyendo pepinos frescos en rodajas, arroz, tofu con salsa de tomate, pinchos de cerdo asado, pescado de río (que venía enterito con cabeza, cola y hasta la piel –no apto impresionables-), y una verdura similar a la espinaca salteada. En la sobremesa apenas nos dieron en unas rodajitas de “dragon fruit” (una fruta bastante insípida, blanca con semillitas negras como las del kiwi); el postre no parecía ser una parte importante de las comidas vietnamitas. Las bebidas había que pagarlas aparte. Sabiendo eso teníamos varias botellas de agua en la valija... el ahorro es la base de la fortuna para viajar!

Satisfechos, volvimos a los camarotes para ponernos algo de ropa más adecuada a la actividad de la tarde. Una vez más subimos a la lancha, y con esta fuimos hasta la “Surprise (sung sot) cave”. Esta cueva descubierta hace más de cien años se encuentra en el interior de la isla Bo Hon en medio de Halong Bay. En sus paredes se podían ver las inscripciones que fueron dejando sus primeros visitantes; cada uno que pasaba quería dejar pruebas de que había estado ahí. Basados en las fechas que estaban junto a los nombres se estimó el tiempo en que fueron descubiertas. Actualmente es un punto obligado de la mayoría de las excursiones por la bahía; entre la muchedumbre y objetos colocados de manera muy poco discreta como los tachos de basura con boca de pingüino o delfín, matafuegos y hasta un botiquín, el lugar perdía gran parte de su encanto. Dejemos de lado estos detalles, pongamos la mente en blanco y comencemos a recorrer el lugar tratando que lo que aún queda de natural nos sorprenda!


Cruceros en las inmediaciones de la cueva

El lugar consistía en una sucesión de tres grutas de tamaño creciente, con estalactitas, estalagmitas y algunas columnas producto de la unión de ambas. Las dimensiones que alcanzaban sobretodo el último sector eran increíbles. Podría apostar que son las formaciones de depósitos calcareos más grandes, y bien definidas que ví en mi vida, más allá de las fotos del libro de geografía del colegio. Durante el recorrido, que no duró demasiado, los guías iban describiendo el lugar, deteniéndose en algunos lugares donde los depósitos de minerales creaban formas curiosas –en algunas se requerían bastante imaginación-.
Más allá de la gente y el botiquín apoyado en el medio del lugar como si fuese una gema preciosa, fue una visita interesante.
Como si fuesen postas, salimos de las cuevas, sacamos algunas fotos, y volvimos a la lancha. 


Interior de la cueva




No había tiempo que perder para la siguiente actividad: kayaks! Bajamos en una plataforma flotante desde donde subimos a esas pequeñas canoas plásticas. Qué alivio sentí al ver que eran dobles! Caso contrario aún estaría en Halong Bay tratando de volver al punto de partida. Nos dieron 30 minutos (en lugar de los 40 prometidos) para explorar la zona; todo estaba tan cronometrado que nos recalcaron un par de veces que teníamos que volver en tiempo pactado.





Sin dudas fue uno de los mejores momentos del día. Tranquilamente fuimos recorriendo los alrededores de la isla que teníamos en la cercanía, disfrutando del silencio e inmensidad del lugar. Para mí fue muy relajante, sobre todo cuando Seba se cansó de mis problemitas de coordinación con el remo y decidió hacerse cargo del rumbo de la embarcación; conste que hice un gran esfuerzo pesa a mis limitaciones motrices. Él, experto remero de kayak, no tuvo mayores problemas remando solito los últimos metros.
Ni bien estuvimos todos de regreso en la plataforma subimos a la lancha y partimos hacia el cruise donde nos esperaba una muy bien merecida merienda. En la cubierta del barco ya estaban listas unas jarras de ice tea y trocitos de ananá y sandía super sabrosos. No hay con que darle, las frutas de lugares con climas más cálidos son insuperables.

Mientras degustábamos esas riquísimas frutas, uno de los marineros/ ayudantes de cocina disponía sobre la mesa los ingredientes que íbamos a usar en la “clase de cocina”: un plato con papel de arroz, noodles de arroz, pollo, camarones, tofu, y zanahoria y pepinos cortados en juliana. Jack estaba a cargo de la misma. El “gran platillo” eran los “spring rolls” (léase como sarcasmo). Cuando uno piensa en una clase de comida vietnamita imagina algo un poco más sofisticado que una explicación de cómo llenar y plegar un papel de arroz con ingredientes varios. De hecho creo que lo más enriquecedor fue el relato sobre las costumbres locales a la hora de la comida. Recuerdo que nos contó que suelen comer sentados en el piso, y en los lugares más machistas las mujeres comen por un lado y los hombres por otro. Al igual que los chinos también utilizan los clásicos palitos para transportar la comida de los platos a la boca; un detalle que hasta ese momento desconocía es que si una persona le ofrece o le sirve alimentos a otra con los palitos utiliza para hacerlo la parte más gruesa de los mismos, mientras que utiliza el extremo más fino (como lo usamos habitualmente) para su propio uso.

Los minutos siguiente los dedicamos a armarnos nuestros propios rolls, algunos con más habilidad, otros con menos, algunos con tanto relleno que era imposible plegarlos y otros tan vacíos que le sobraba papel por todos lados.

Aunque no era tarde, ya había comenzando a anochecer; la luna creciente lentamente estaba tomando protagonismo. Aún no habían concluido las actividades programadas para esa tarde… la frutilla del postre era nadar en el mar bajo la luz de la luna. Esa era una actividad un poco más optativa que las anteriores. Ya nos habíamos puesto los trajes de baño para ir a andar en kayak, no había razón para no vivir la experiencia. Los más valientes como Seba se tiraron de cabeza desde el barco, los más cobardes bajamos por una escalerita como las que están en las piletas. Al principio noté un poco de frío, pero rápidamente me aclimaté. Como era de noche no puedo decir cuan limpia estaba el agua, pero al haber tantos cruceros en la zona apostaría a que estaba bastante sucia. No obstante, nos dispusimos a disfrutar del momento nadando un poco, flotando otro tanto aunque no mucho porque cuando nos distraíamos terminábamos del otro lado del barco producto de una corriente que nos arrastraba.
Hace poco se me vino a la mente este momento cuando en la primera clase de natación la profesora me preguntó “vas hasta lo hondo?” haciendo referencia a la pileta... Tirarme al mar al anochecer equivale a ir a lo hondo???


Atardecer en Halong Bay


Había sido un día con muchas actividades. Teníamos por delante unas cuantas horas de relax y descanso. Comenzamos tomando baño calentito en nuestro camarote; esa ducha cumplió ampliamente con las expectativas. Luego seguimos con unos mojitos con maracuyá y cerveza en la cubierta del barco.

Entre una cosa y otra se hizo la hora de la cena. Esta vez compartimos mesa con una pareja e norteamericanos que vivían en Maputo, Mozambique, por motivos laborales. Más precisamente estaban trabajando para el CDC, haciendo estudios sobre la malaria. Un rato después se unos unió una australiana, y una pareja de chicas que se habían conocido en algún lugar del mundo que no recuerdo y habían decidido seguir recorriéndolo juntas. Una mesa digna de Mirtha Legrand, donde la diva se hubiese hecho un festín haciendo preguntas indiscretas.

La cena siguió el mismo formato que el almuerzo, o sea una sucesión de platos que fueron llegando uno a uno. No voy a perder la oportunidad de dejar registro de lo que degustamos esa noche para el que se quiera inspirar un poco. Hubo ensalada de zanahoria, pepino y semillas de sésamo, pinchos de pescado, langostinos, buñuelos de pescado fritos, chicken curry (como me gusta el curry!), salteado de cerdo con cebolla, y trocitos de manzana de postre. Hubiese agregado algo un poco más indulgente, pero evidentemente no formaba parte de las costumbres del lugar.

Teóricamente luego de la cena había karaoke, pero como no hubo quorum la actividad quedó suspendida. Creo que esa noche el consumo de alcohol no fue tan alto como para que la gente se prendiera a un micrófono a hacer papelones.
Como no queríamos ir a dormir tan temprano, fuimos un rato a la cubierta a disfrutar de la brisa que corría a pesar de que el barco estuviese amarrado. En los alrededores se veían varios cruceros, algunos con tantas luces que parecían casinos flotantes.

Cuando nos aburrimos, Seba decidió probar suerte en la actividad alternativa al karaoke que ofrecía el tour: “squid fishing”. Justamente esa noche había demasiada luz y las chances de pescar un calamar eran muy bajas. Uno de los marineros le mostró como era la técnica, que en sí no tenía demasiada técnica. Básicamente consistía en “robar” un molusco con un mojarrero. Acorde al pronóstico no hubo pesca.

Ya habíamos hecho de todo, así que a aunque el reloj recién hubiese marcado las 9 de la noche, nos fuimos a dormir.

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