sábado, 11 de marzo de 2017

Amanecimos en Hanoi... anochecimos en Suzhou

By Sole

27 de Octubre 2015

Nos levantamos con el canto del gallo a las seis de la mañana. Una vez más a las 6:30 estábamos paraditos en el comedor esperando que comenzaran a servir el desayuno. Teniendo un largo viaje por delante iniciamos la mañana con un exquisito omelette de jamón, queso, champignones y tomate. A esta altura los huevos se estaban transformando en habituales matutinos.




Hicimos el check out recibiendo de cortesía por haber elegido ese hotel un paquete de café. Nos generó bastante curiosidad, pero tendríamos que esperar a regresar a Buenos Aires para probarlo.

A las 7:15 ya estábamos en el transfer del hotel hacia el aeropuerto. Los hoteles suelen ofrecer este servicio a menor costo que un taxi; en este caso nos costó U$S 15. Entre el caos de motos, que no creo que haya sido mayor al habitual, terminamos tardando una hora hasta destino.

Una vez más nos encontrábamos con un aeropuerto con aspiraciones primermundistas en de un país tercermundista, un gran contraste entre la puerta de entrada y salida del país, y el país en sí. Eso sí, los precios de los locales también eran del primer mundo… 

Terminamos en una larga espera que incluyó cambio de puerta de embarque y un retraso de más de una hora donde la gran estrella fue la falta de información. Casi todos los pasajeros fuimos pasando uno o uno por el mostrador de embarque recibiendo como respuesta que había que esperar. De hecho recién “oficializaron” en la pantalla a las 10:50 hs el retraso del vuelo que debía embarcar a las 9:30. Una vez más Vietnam Airlines partiendo a horario y manteniendo a sus clientes informados…

En algún momento incierto que no recuerdo subimos al avión y partimos. Si bien la aerolínea no se destaca en la atención al cliente en suelo, en el aire parece funcionar mejor. Voy a reconocer que tuvimos un vuelo tranquilo con un almuerzo bastante decente. En esta oportunidad la clásica pregunta “meat or pasta” fue reemplazada por “pork or chicken”, y para evitar dudas o tal vez solucionar el problema de la barrera idiomática la asistente de abordo iba mostrando una foto del plato con una breve descripción. Elegimos el chicken with chilly sauce and fried rice. Considerando que el vuelo solo duró 2:30 hs, fue un muy buen servicio.

Esta vez ingresamos a China por el aeropuerto Pudong de Shanghai. La organización del sector de migraciones no tenía nada que ver con la del caótico aeropuerto de Beijing; parecían países diferentes. Nos encontramos con carteles indicativos, filas correctamente delimitadas y hasta con información del tiempo estimado de espera. Luego de casi media hora de fila estábamos otra vez oficialmente en China.

Siguiendo los carteles “Long distance buses station”, fuimos raudamente hacia la parada de micros. Justo llegamos a las 15:20 hs, 10 minutos antes de que partiera el siguiente servicio hacia Suzhou. Con una pronunciación horrible que fue corregida por la empleada como “sútzoou” y ayudados por el infalible papel con el nombre de la ciudad de destino sacamos los pasajes; tal como teníamos previsto pagamos 84 Yn por cada uno.

Guiados por el lenguaje de seña de los empleados de la terminal nos subimos a un micro. Como siempre estuvo presente durante casi todo el viaje la pequeña gran duda “nos habremos subido al bus correcto?”

Si bien estuvimos al menos una hora en Shanghai, tiempo en que tardamos de ir de un aeropuerto a otro, no conocimos más que sus autopistas. Nos tomó otros 60 minutos llegar a Suzhou, y otra hora más hasta la parada final en la estación de buses. Fue un viaje bastante aburrido, donde lo único que vimos fue una gran cantidad de complejos de altos edificios habitacionales, en su mayoría vacíos y con aspecto de haber sido construidos recientemente. Otra muestra más del boom inmobiliario del país.

Ya era de noche cuando llegamos a destino; de hecho había anochecido antes de las 18 horas. Caminamos unos cuantos metros guiados por un par de carteles hasta que descubrimos que la parada de taxi se encontraba en el subsuelo de la estación de trenes que estaba al lado. Tras hacer una fila de 10 personas finalmente subimos a un auto. Recordando algunos timos y recomendaciones que habíamos leído nos aseguramos que el taxista activara el relojito que resultó ser más evolucionado que el de los taxis de Buenos Aires; discriminaba el precio en tres componentes: bajada de bandera, kilómetros recorridos, y tiempo parado sin avanzar. Raudamente recorrimos los 3,8 km, que hasta incluyeron un extraño giro a la izquierda donde impresionaba estar prohibido y el choque con una moto en el que nadie resultó herido a pocos metros del hotel. Cuando terminó la charla o discusión entre el taxista y el motoquero (hay veces que hablan de una forma tan exaltada que cuesta distinguirlo) pagamos los 12 Yn y bajamos del último transporte del día!

Cuando pusimos un pie dentro de Soul hotel pudimos comprobar que era tan bizarro como lo habíamos imaginado por las fotos, pero mucho más grande. Acostumbrados a las pequeñas hosterías nos sentimos como una hormiga más en un gran hormiguero con más de 40 habitaciones por piso. Una de las grandes curiosidades eran los tres ascensores, cada uno tenía una decoración particular que seguía una temática y altoparlantes con música –en general caribeña- de fondo. Estaba el de los "guerreros de terracota" con imágenes de los ejércitos que habíamos visto en Xi'an, para los más pequeños el ascensor "nave espacial" y por último "el comunista" que incluía un monitor en la pared con imágenes de actos políticos de Mao.




Siguiendo con las cosas extrañas, ni bien bajamos del ascensor nos encontramos con un hall con espejos que distorsionaban la imagen. Para subir o bajar la autoestima en segundos… 

Viendo todo esto tuvimos miedo de entrar a la habitación… Esta, si bien tenía una decoración particular –no tan extravagante como los espacios comunes-, era grande y confortable. Igual creo que hubiese resultado divertido encontrarse con un cuarto tan “artístico” como los ascensores y halls.




Luego de tanto viaje estábamos cansados. No obstante nos acondicionamos un poco y salimos a dar una vuelta por los alrededores. Apenas habíamos recorrido unos metros por una calle muy tranquila cuando de repente nos encontramos con una peatonal repleta de negocios con las características marquesina con luces de neón de todos los colores y música a todo volumen que podría haber desencadenado una convulsión al estilo Pokemon.




Cansados y sin encontrar un lugar para comer que nos tentara terminamos en un Pizza Hut… cada vez que pruebo comida chatarra de este tipo de cadenas de comida me da menos ganas de regresar. Como hacía bastante que no comíamos nuestra pizza semanal, decidimos darle una oportunidad. Tras analizar el sector de pizzas de la carta –donde más del 90% tenían carne y/o embutidos-, terminamos pidiendo dos individuales, una “vegetariana” (tomate, ananá, choclo, morrón, hongos y queso) y una bomba atómica con queso, hongos, pollo, panceta y salsa cheddar. Junto a la pizza pedimos agua mineral. Mientras esperábamos la comida, nos trajeron dos vasos con agua fría media alimonada, al igual que a las mesas de los alrededores. Vinieron las diminutas pizzas, que a mi gusto dejaban bastante que desear, pero de las botellitas de agua ni noticias. Reiteramos el pedido de agua, pero en lugar de recibir lo que esperábamos nos trajeron una jarra de agua fría. Evidentemente el lugar no trabajaba con agua mineral, y por desinterés o barrera idiomática solucionaron el problema trayendo un poco de agua de la canilla. Igual no me voy a quejar de esta cena, porque no fue la peor que tuvimos en la ciudad...

Ya no nos quedaba energía para seguir andando y teníamos pensado arrancar el día siguiente bien temprano, así que optamos por la opción más razonable y tentadora: volver al hotel a dormir.

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